Harakiri: del pasado samurái a la modernidad.

El concepto de la muerte y el suicidio para el pueblo japonés es complejo y tiene raíces históricas, culturales y religiosas. La muerte se considera un paso inevitable y natural de la existencia, y se le da mucha importancia al ritual funerario y al respeto por los antepasados. El suicidio, por otro lado, se ha visto a lo largo de la historia como una forma de escapar del sufrimiento, de asumir la responsabilidad por los errores, de defender el honor o de demostrar lealtad:

Según numerosos estudios, los japoneses tienen una concepción del deber social que los lleva a asumir responsabilidades y obligaciones que pueden generar estrés y presión. El suicidio se ve como una forma de escapar de la vergüenza o el fracaso, o como una forma de reparar el daño causado a otros. Esta idea se remonta a la época de los samuráis, que practicaban el seppuku o harakiri cuando no cumplían con su misión o su código moral.

El budismo, una de las religiones más practicadas en Japón, describe la muerte como un paso a otra existencia. Los japoneses creen en la reencarnación, y no ven el suicidio como un pecado o una ofensa a Dios, sino como una decisión personal. Sin embargo, esto no significa que el suicidio sea aceptado o alentado por el budismo, sino que depende de las circunstancias y las motivaciones de cada individuo.

El suicidio también ha sido representado en diversas obras literarias y cinematográficas japonesas, que le han dado un matiz romántico, trágico o heroico. Por ejemplo, el shinju o suicidio doble de los amantes, que se popularizó en el teatro de marionetas del siglo XVIII, o el kamikaze o ataque suicida de los pilotos japoneses durante la Segunda Guerra Mundial. Estas representaciones pueden influir en la percepción del suicidio como un acto de amor, lealtad o sacrificio.

El seppuku, también conocido como harakiri, era un ritual de suicidio practicado por los samuráis japoneses en el pasado. Las razones para cometer el seppuku podían ser varias, pero todas tenían que ver con el honor, el valor y la lealtad.


Previamente a ejecutar el seppuku, el suicida bebía sake y componía un último poema de despedida, casi siempre sobre el dorso del abanico de guerra. En el fatídico momento, el practicante se situaba de rodillas, se abría el kimono (habitualmente de color blanco, que aún hoy solo visten los cadáveres), se metía las mangas del kimono bajo las rodillas para impedir que su cuerpo cayera indecorosamente hacia atrás al sobrevenirle la muerte, envolvía cuidadosamente la hoja de la daga (puesto que morir con las manos cubiertas de sangre era considerado deshonroso), y procedía a clavarse el puñal en el abdomen.

Guerreros samuráis del siglo XIX. Japón.

El ritual completo consistía en clavarse la daga en el abdomen y hacer un amplio corte en forma de cruz. El procedimiento, si era estrictamente ejecutado según el ritual, resultaba en extremo doloroso para el inmolado, a la vez que horroroso para los asistentes. El samurái no moría al instante, sino que sufría una agonía de varias horas, por tal razón, se ponía a disposición del practicante un ayudante en el suicidio. La misión de este, que a menudo era seleccionado por el propio condenado de entre sus allegados o amigos, consistía en permanecer de pie al lado del practicante para decapitarlo en el momento más apropiado. Ese momento solía ser establecido de antemano a voluntad del suicida. Lo más habitual era acordar una señal que tendría que dar el que se disponía a morir, tras la cual el ayudante debía actuar con fatal determinación.

Algunos samuráis cuantificaban el valor de los practicantes del seppuku según lo lejos que habían llegado en la práctica del ritual antes de que el ayudante procediera a la decapitación, siendo considerados de excepcional valor los que llegaban a practicarse el corte vertical hacia el esternón.

La percepción del harakiri por parte del pueblo japonés ha variado a lo largo de la historia. En algunos períodos, se le ha visto como una tradición noble y heroica, que reflejaba el espíritu de los samuráis. En otros, se le ha criticado como una práctica cruel y anacrónica, que contradecía los valores modernos y humanistas. Actualmente, el harakiri es ilegal en Japón y se le asocia con el pasado feudal y militarista del país.


Si bien en Japón el harakiri se prohibió 1873 bajo pena judicial, su práctica real no ha desaparecido. Existen docenas de casos documentados de personas que han realizado seppuku voluntariamente desde entonces:

Takijirō Ōnishi fue un vicealmirante de la Armada Imperial Japonesa durante la Segunda Guerra Mundial, conocido como el creador de los kamikazes.

El mismo 15 de agosto, fecha en que el Emperador transmitió un mensaje para hacer oficial la rendición incondicional de Japón, decidió cometer seppuku y el personal de la base lo halló en la madrugada. Si bien Ōnishi hizo un corte limpio en la zona abdominal, falló en cortarse la garganta y rehusó tanto recibir auxilio médico como recibir el «golpe de gracia». Después de más de 16 horas de agonía, murió a las 6 de la tarde del 16 de agosto de 1945.

Pilotos kamikazes posan para una foto antes de partir a una muerte segura. Japón 1944.

La nota final que escribió decía: «Deseo expresar mi profundo aprecio a las almas de los valientes atacantes especiales. Ellos lucharon y murieron valerosamente, con fe en nuestra victoria final. En la muerte, quiero purgar la parte que me toca en el fracaso de no lograr esa victoria y pido disculpas a las almas de esos aviadores muertos y sus acongojadas familias. Deseo que la gente joven de Japón encuentre en mi muerte una enseñanza. Ser temerarios solamente favorecerá al enemigo. Deben inclinarse con la mayor perseverancia ante el espíritu de la decisión del Emperador […] Ustedes son el tesoro de la nación. Con todo el fervor de espíritu de los atacantes especiales, luchen por el bienestar de Japón y por la paz en todo el mundo».

La espada con que Ōnishi intentó quitarse la vida es exhibida en el Museo Yūshūkan, cercano al Santuario Yasukuni en Tokio. Las cenizas de Ōnishi fueron divididas en dos tumbas: una en el templo Zen Sōji-ji en Yokohama y la otra parte en el cementerio público del antiguo poblado de Ashida en la Prefectura de Hyōgo.


Isao Inokuma fue un yudoca japonés que compitió que participó en los Juegos Olímpicos de Tokio 1964, donde obtuvo medalla de oro en la categoría de más de 80 kg. Ganó también medalla de oro en el Campeonato Mundial de Yudo de 1965.

Miembros de una escuela japonesa de arte marciales en la actualidad.

Dio por finalizada su carrera en 1966, con solo 27 años. Fue mánager general del club de yudo de la Universidad de Tokio y en 1973 estableció un departamento de artes marciales centrado en el yudo. Su vida estuvo vinculado estrechamente al mundo del yudo como apoderado de la International Budo University y fue miembro de la Federación de Yudo del Japón.

El 28 de septiembre de 2001, Isao Inokuma se hizo el harakiri, su deseo era morir en la excelente forma física en la que había vivido y no enfrentar el deterioro del envejecimiento


En 1970, el famoso escritor Yukio Mishima y uno de sus seguidores realizaron un seppuku público, frente al comandante de las Fuerzas de Autodefensa de Japón y una dotación del ejército, como protesta por la miseria moral y la degradación que suponía el haber abandonado las antiguas virtudes japonesas y haber adoptado el modo de vida occidental.

Con un manifiesto preparado y pancartas que enumeraban sus peticiones, Mishima salió al balcón para dirigirse a los soldados reunidos abajo. Su discurso pretendía inspirarlos para que se alzaran, dieran un golpe de estado y que devolvieran al Emperador a su legítimo lugar. Como no fue capaz de hacerse oír, acabó con el discurso tras unos pocos minutos. Regresó a la oficina del comandante y llevó a cabo su seppuku. La costumbre de la decapitación al final de este ritual le fue asignada a Masakatsu Morita, miembro de la Tatenokai, pero Morita no fue capaz de realizar su tarea de forma adecuada: después de varios intentos fallidos, le permitió a otro miembro de la Tatenokai, Hiroyasu Koga, acabar el trabajo. Entonces, Morita también llevó a cabo su seppuku y fue a su vez decapitado por Koga.

Con la muerte de Yukio Mishima, desapareció uno de los críticos más lúcidos de la sociedad japonesa de posguerra y un artista que marcó señaladamente un rumbo en la historia de la literatura japonesa contemporánea.

Hasta aquí, sería lógico pensar que el trágico suicidio por harakiri de Mishima, sería la continuación de la historia samurái en la modernidad, pero no es así, nuestro blog es mágico y cuenta historias que otros no ven o sencillamente no pueden apreciar. En Confesiones de una Máscara, novela autobiográfica de Mishima escrita en su juventud durante la posguerra, aparecen los fundamentos y razones que llevaron al escritor al suicidio, y contrario a lo esperado, poco tiene que ver con el pasado samurái de Japón. Mishima cometió suicidio inspirado por el martirio de San Sebastián y sus representaciones pictóricas, en un recorrido que nos lleva a las más modernas filosofías occidentales, a historias relacionadas con el placer del dolor en el amor y… nuestra historia continúa.

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9 respuestas a “Harakiri: del pasado samurái a la modernidad.

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