El 23 de mayo de 2025, en la ciudad de París, murió Sebastião Salgado. Tenía 81 años. La causa de su muerte no ha sido revelada, como si la vida, celosa de sus secretos, se negara a compartir el último fotograma de una existencia luminosa y compasiva. Y no obstante, esa imagen final —que no existe y que por tanto nos corresponde imaginar— es ya parte del archivo colectivo de la humanidad, como lo son los rostros marcados por el exilio, los paisajes vírgenes del planeta y la silenciosa dignidad de los pueblos originarios que él supo retratar sin ruido ni sombra de vanidad.
En Lo Real Maravilloso, desde hace años lo hemos seguido con devoción. No como quien persigue ídolos, sino como quien reconoce en otro el milagro de la coherencia entre ética y estética. Lo hemos llamado muchas veces “el paradigma visual del realismo mágico”, y hoy, con el corazón entumecido por la noticia de su partida, reafirmamos que no hubo en el siglo XX ni en el XXI otro fotógrafo que encarnara con tanta fidelidad la alquimia de lo real maravilloso: ese punto exacto donde la miseria se vuelve símbolo, la tierra se convierte en plegaria, y la imagen deviene revelación.

Salgado no fotografiaba el sufrimiento: lo hacía visible. Y al hacerlo, lo volvía insoportable para las conciencias adormecidas. Su obra Éxodos —acaso su crónica más desgarradora— no mostró masas anónimas de refugiados, sino hombres y mujeres con nombre, hijos al hombro, arrugas de polvo, fe en la mirada y un futuro que siempre parecía negárseles. Esa obra monumental, comentada en nuestras páginas con admiración reiterada, documentó las migraciones forzadas como quien escribe un Evangelio de los desplazados.
Pero nunca hubo en él espectáculo ni morbo. Como bien dijo Página 12, Salgado “supo contar el dolor del mundo con una belleza casi mística”, como si la cámara fuese un instrumento de compasión antes que de juicio. No es casual que prefiriera el blanco y negro: colores esenciales para un testimonio que rehúsa tanto la propaganda como la estridencia.
Nacido el 8 de febrero de 1944 en Aimorés, Brasil, Salgado fue primero economista. Y tal vez por ello su mirada tuvo siempre un trasfondo estructural, una comprensión lúcida del poder y la exclusión. Hijo de una familia rural, conoció de cerca la tierra y la desigualdad. Tras doctorarse en París, trabajó para la Organización Internacional del Café, pero en 1973, cámara en mano, abandonó las estadísticas para dedicarse al alma del mundo.
Primero fue Gamma, luego Magnum Photos —la más prestigiosa cooperativa de fotoperiodismo— y finalmente su propia agencia, Amazonas Images, fundada en 1994 junto a su inseparable compañera, Lélia Wanick Salgado. A ella le debemos parte de su legado: fue su editora, curadora, cómplice y arquitecta de sueños. En palabras del propio Sebastião: “No puedo decir dónde termino yo y dónde empieza Lélia. Ella es fundamental en mi vida.”
Tras décadas de documentar guerras, hambrunas y exilios, Salgado giró su mirada hacia la esperanza. No fue un escape, sino una transfiguración. Génesis, su proyecto publicado en 2013 y abordado con devoción por este blog en 2022, fue una revelación. Durante ocho años recorrió regiones intactas del planeta, retratando paisajes, animales y culturas que aún viven en armonía con la naturaleza. Más que un libro de fotografía, Génesis fue un acto de fe: “un canto de amor a la tierra”, como él mismo lo definió.
Luego vino Amazônia, fruto de 48 viajes a la selva entre 2013 y 2019. Allí no solo fotografió la exuberancia del bioma más importante del planeta, sino que dio voz —imagen, mejor dicho— a los pueblos indígenas que lo habitan. En nuestras páginas dimos cuenta de las cuarentenas necesarias para no enfermar a las tribus, de la logística titánica, de su compromiso no solo artístico sino ético. Fue su último gran proyecto, y acaso su testamento visual.
En 2024, Lo Real Maravilloso reseñó con tristeza el anuncio de su retiro. No fue una retirada del mundo, sino de la cámara: Salgado quería dedicarse a editar su vasto archivo de más de 500,000 fotografías. En una entrevista conmovedora con The Guardian, dijo: “Sé que no viviré mucho más. Pero no quiero vivir mucho más. He vivido tanto y he visto tantas cosas.” No eran palabras de resignación, sino de plenitud. Como quien cierra la última página de un libro infinito, y sonríe.
Hoy, tras su muerte, solo queda el silencio de sus imágenes. Un silencio elocuente, cargado de historias. Su legado trasciende los premios —entre ellos el Hasselblad y el Príncipe de Asturias— y se instala en la conciencia de todos los que creemos en un arte que no es ornamento ni lujo, sino herramienta de verdad.
Sebastião Salgado fue testigo, cronista, militante, poeta de la cámara. Su obra no embellece la realidad: la ilumina desde adentro. Cada fotografía suya es un espejo y una herida. Y también una plegaria. Como decíamos en una entrada pasada, “retratar la miseria sin estetizarla ni diluirla es una forma de ética visual. Salgado lo hizo mejor que nadie.”
Un adiós que no es final.
Desde Lo Real Maravilloso, elevamos una nota de duelo que no es lamento, sino gratitud. Gracias, Sebastião, por enseñarnos a mirar sin filtros, por devolvernos la fe en la fotografía como herramienta de conciencia. Gracias por mostrar que el arte puede ser luz en medio de tanta oscuridad, y que una imagen, bien mirada, puede cambiar el alma de quien la contempla.
Descansa en Paz, en la tierra que tanto defendiste, bajo el cielo que tantas veces fotografiaste, entre las sombras que supiste convertir en poesía.
#LoRealMaravilloso
#CambioClimático
#Fotografía
/www.volfredo.com/

Es sensacional como transmitían sus fotografías en blanco y negro los sentimientos, sufrimientos y padeceres de los seres humanos más desprotegidos.
El era como decía Bertold Brech, uno de los imprescindibles.
Namaste
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Un maestro, un referente como persona y un irrepetible que nos deja una obra maravillosa; un día triste.
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👏🏻👏🏻👏🏻👏🏻👏🏻👏🏻👏🏻
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Me uno al aplauso con convicción
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A beautiful tribute to this great photographer who leaves an immeasurable artistic legacy. Thank you for sharing with us, my friend! 🙂🙏🏻✨📸🖼️
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