Hay algo profundamente revelador en ese pequeño óleo de apenas 24 por 19 centímetros, pintado con dedos aún manchados de infancia sobre la tapa de una caja de tabacos. “El picador amarillo”, esa modesta tabla de cedro que ha sobrevivido al paso del tiempo, constituye mucho más que la primera obra al óleo de Pablo Ruiz Picasso. Es, en muchos sentidos, el germen de un universo pictórico que habría de revolucionar el arte del siglo XX. El niño tenía apenas ocho años cuando la lidia y el color, el movimiento y la pasión taurina, irrumpieron en su imaginario y se convirtieron en emblema de una obsesión que lo
Nacido en Málaga en 1881, Picasso fue precoz incluso para los cánones más generosos de la genialidad. Su padre, también pintor y profesor, se rindió muy pronto ante la evidencia de que el hijo superaba al maestro. Desde muy joven, el arte fue para Picasso una forma de lenguaje total, donde la técnica obedecía al impulso creativo, no al dictado académico. De ahí que su carrera no pueda comprenderse en los términos convencionales de la evolución artística: no hay una línea recta que conduzca desde “El picador amarillo” hasta “Guernica” o la serie de Las Meninas, sino un espiral de mutaciones, rupturas y regresos, en el que cada etapa sirve tanto de rompimiento como de eco de las anteriores.
No hay un solo Picasso, sino muchos. El melancólico pintor del periodo azul, que observó la miseria humana desde los márgenes del alma; el lírico retratista del periodo rosa, donde los saltimbanquis y arlequines parecen ensayar una danza frágil entre el afecto y la soledad; el iconoclasta que en Las señoritas de Avignon quebró con un hacha los cánones del desnudo clásico, reemplazando las curvas femeninas por aristas africanas y fragmentos geométricos; el cubista que disolvió la perspectiva renacentista en planos superpuestos y formas entrecruzadas, primero en una versión analítica que exigía al espectador reconstruir la imagen como un rompecabezas, y luego en una versión sintética, más abierta al color, al collage y al objeto cotidiano como materia pictórica.
Ese torrente de metamorfosis no respondió jamás a una moda o a una presión externa, sino a una inquietud interna que no conocía sosiego. Picasso, fiel a su credo de que “la inspiración existe, pero debe encontrarte trabajando”, produjo sin descanso durante más de siete décadas. Su trabajo fue un campo de batalla donde dialogaban la tradición y la ruptura, lo clásico y lo moderno, el cuerpo y el símbolo, la belleza y la monstruosidad. En los años veinte, mientras Europa intentaba recomponerse del trauma de la Gran Guerra, Picasso experimentó un retorno a la figura clásica, a la serenidad de las formas monumentales y a las referencias grecorromanas. Pero no lo hizo como un regreso nostálgico, sino como una forma de absorber la historia para reinventarla con una fuerza contemporánea.
Luego vino el tiempo del surrealismo, esa época donde los sueños y los demonios personales se subieron al lienzo con una desfachatez onírica. Picasso nunca fue estrictamente un surrealista —no se dejó domesticar por ninguna escuela—, pero absorbió de ellos la licencia para distorsionar la figura humana, para explorar el deseo y el subconsciente, para otorgarle a la pintura una dimensión psíquica. Obras como El sueño o Mujer con reloj (1932); revelan una sensibilidad que es a la vez íntima y desgarradora, donde el rostro de una amante puede desdoblarse en fragmentos que lloran, gimen o se desvanecen.


La Guerra Civil Española lo tocó en lo más hondo. Como tantos otros intelectuales de su generación, Picasso vivió con espanto el ascenso del fascismo y la destrucción de su patria natal. Fue en ese contexto que nació Guernica, la obra emblemática del siglo XX, no solo por su valor plástico sino por su potencia simbólica. Ese mural en blanco, negro y gris, colosal en dimensiones y en significado, es un grito detenido en el tiempo. Un testimonio antibélico que no necesita traducción, y cuya carga política y emocional sigue latiendo con la misma intensidad con que fue concebido. A partir de entonces, el compromiso social formó parte inseparable del arte picassiano: su adhesión al Partido Comunista Francés y sus intervenciones públicas lo convirtieron en una figura militante, no solo en el plano artístico sino también en el ideológico.
En sus últimos años, lejos de repetirse o acomodarse, Picasso desplegó una vitalidad creadora que asombraba incluso a sus detractores. Se dedicó con pasión al grabado, a la cerámica, a la escultura y a la reinterpretación de los grandes maestros. La serie de Las Meninas, realizada en 1957, no es un homenaje servil a Velázquez, sino un diálogo irreverente, un ejercicio de apropiación y reescritura donde cada variante es una reflexión sobre el acto mismo de pintar, de mirar y de ser mirado. En obras como El pintor y la modelo (1963), Picasso parece poner en escena su propia figura como demiurgo creador, testigo y protagonista de una historia del arte que ya no podía contarse sin él.

Picasso murió en 1973, a los 91 años, dejando tras de sí no solo una obra vasta, sino una constelación de estilos, técnicas y discursos. Pocos artistas han influido tanto y de forma tan transversal: en la pintura, en la escultura, en el diseño, en la gráfica, incluso en la política y en la cultura popular. Su firma se convirtió en símbolo de ruptura, en sinónimo de modernidad, en bandera para generaciones de creadores que encontraron en él un maestro, un provocador, un espejo.
Todo comenzó con un pequeño picador amarillo, anónimo y valiente, cabalgando en una tabla de cedro. Como si el niño que fue ya supiera que su destino no era otro que embestir el tiempo, quebrar las normas y pintar el mundo no como es, sino como puede ser imaginado. Porque para Picasso, como para todo verdadero creador, la realidad no era más que un punto de partida.
#LoRealMaravilloso

Lo real maravilloso tiene el don de, amenamente, instruir, informar, analizar… siempre apegado a la verdad y a un riguroso criterio profesional, campeando, quizas «picasianamente» desde Macondo, Juana Bacallao, la fotografia, tambien Ana de Armas hasta Pablo Escobar y nuestra decadente actualidad. Me gusta el blog, lo leo, aprendo y lo disfruto. Gracias!
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De veraz, con comentarios tan positivos y estimulantes como el tuyo la escritura se hace fácil. En tiempos difíciles, contar historias desde la cultura, la literatura y el arte hace más agradable la existencia. Tal es mi caso particular. Feliz día y cordial abrazo.
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Que bonita tu entrada 😍
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Muchas gracias Luna, y feliz noche.
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