“Memento mori” es una frase latina que significa “Recuerda que puedes morir”, en el sentido de que debes recordar tu mortalidad como ser humano. Suele usarse para identificar en el arte y la literatura temas que tratan de la fugacidad de la vida.
La frase tiene su origen en una peculiar costumbre de la Antigua Roma. Cuando un general desfilaba victorioso por las calles de Roma, tras él un subalterno se encargaba de recordarle las limitaciones de la naturaleza humana, con el fin de impedir que incurriese en la soberbia y pretendiese, a la manera de un dios omnipotente, usar su poder ignorando las limitaciones impuestas por la ley y la costumbre.
Sería feliz si se retomase esta práctica, y hacer que un subalterno recuerde, a gobernantes y tiranos en los actos de investidura y toma de posesión, la fragilidad de la vida y su escaso significado terrenal.
El hecho de fotografiar cadáveres sin fines forenses, tiene sus antecedentes pre fotográficos en el Renacimiento, donde fue costumbre la conservación de la imagen de gobernante y personas influyentes, en retratos y bocetos realizados al momento de morir, “memento mori”, con la intención de preservar su fisonomía en la posteridad.
En Europa, desde el siglo XVI, los retratos de religiosos muertos respondían a la idea de que era una vanidad retratarse en vida, por eso una vez muertos, se obtenía su imagen. En estos retratos se destacaba la religiosidad del difunto y se conservaba sus rasgos en imágenes que luego eran expuestas en monasterios e iglesias.
Los retratos de los niños, eran una forma de preservar la imagen de seres que se consideraban puros, llenos de belleza y eran la prueba misma de que la familia del desafortunado niño, había sido elegida para tener un «angelito» en el cielo.
La fotografía de difuntos fue una práctica que nació poco después de la fotografía sobre películas fotosensibles (un 19 de agosto de 1839) en París, Francia, que luego se extiende rápidamente hacia otros países. La práctica consistía en vestir el cadáver del difunto con sus ropas personales y participarlo de un último retrato grupal, con sus compañeros, familiares, amigos, o retratarlo individualmente. La fotografía mortuoria no era considerada morbosa, debido a la ideología social de la época. En dicho período se tenía una visión nostálgica de los temas medievales y se concebía la muerte con un aire mucho más sentimental, llegando algunos a verla como un privilegio y oportunidad de vivir en un mejor lugar o espacio inmaterial.
En el mundo de inicios del siglo XIX, la esperanza de vida al nacer era reducida: los menores de 20 años alcanzaban un 44%, mientras quienes llegaban a los 60 difícilmente alcanzaban el 7%. Es la época de los elegantes trajes, finas costumbres y monumentales ciudades, pero también era época de grandes guerras, catástrofes naturales y epidemias masivas que diezmaban poblaciones enteras sin distinción de edades.
Algunos retratos póstumos se caracterizan por los variados artilugios de los que se servían los fotógrafos para embellecer la imagen y despojarla de la crudeza de la muerte, intentando algún tipo de arreglo para mejorar la estética del retrato. En algunos casos se maquillaba al difunto o se coloreaba luego la copia a mano. Los difuntos, por otra parte, eran sujetos ideales para el retrato fotográfico, por los largos tiempos de exposición que requerían las técnicas del siglo XIX. En la toma de daguerrotipo la exposición seguía siendo tan larga que se construían soportes disimulados para sostener la cabeza y el resto de los miembros de la persona que posaba evitando así que esta se moviera.
Las fotografías de difuntos los muestran «cenando» en la misma mesa con sus familiares vivos, o bebés difuntos en sus carritos junto a sus padres, en su regazo; o abuelos fallecidos con sus trajes elegantes sostenidos por su bastón. Existía un amplio abanico de ambientes y contextos para fotografiar a los cadáveres que dependía, en última instancia, de la edad y rango social del fallecido. A veces, agregaban elementos icónicos -como por ejemplo una rosa con el tallo corto vuelta hacia abajo, para señalar la muerte de una persona joven, relojes de mano que mostraban la hora de la muerte, etc. Los militares, los sacerdotes o las monjas eran, por ejemplo, usualmente retratados con sus uniformes o vestimentas características. La edad del pariente que acompañaba al difunto era el hito temporal que permitía ubicarlo en la historia familiar. Los deudos que posaban junto al muerto lo hacían de manera solemne, sin demostración de dolor en su rostro.
Si bien, esta costumbre se desarrolló mayoritariamente en Europa (hay estudios que apuntan a Paris como el centro de origen), la costumbre de fotografiar a los muertos también llegó hasta nuestro continente, especialmente a Perú y Argentina.
Veamos que nos dicen al respecto alguno de los diarios americanos de mayor circulación en el siglo XIX: «En un extracto de «El Nacional», un diario argentino de 1861, se publicaba que el fotógrafo Francisco Rave y su socio José María Aguilar… «Retratan cadáveres a domicilio, a precios acomodados…». Este tipo de publicaciones era la forma en que habitualmente promocionaban sus servicios los fotógrafos en el siglo XIX.
En 1856, Tomas Helsby y su socio Aldanondo Antonio, instalaron su estudio especializándose en retratos post mortem. Daviette, de nacionalidad francesa, en conjunto con el profesor Furnier ofrecían en Perú entre los años 1844-46, los servicios de fotografías de difuntos en la cual, recalcaban con avisos en el diario local, la posibilidad de inmortalizar al ser querido. En dichos avisos se anunciaban como “artista fotogénico recién llegado de París”, hábiles encargados de “retratar los difuntos como cuadros al óleo”.
En el caso de México, hubo varios fotógrafos que obtuvieron importantes colecciones fotográficas de “difuntos”. Uno de ellos fue Juan de Dios Machain, fotógrafo jalisciense de quien se conocen más de 100 fotografías de este tipo. Retrataba “angelitos” ya fuera en su casa o su estudio. Si la fotografía se tomaba en estudio, contaba con varios fondos especiales para la fotografía, su obra es tan amplia que en ella dejó un invaluable patrimonio en imágenes sobre costumbres y formas de vivir de la sociedad mexicana que lo rodeaba a fines del siglo XIX y principios del siglo XX.
El niño muerto fue también objeto de culto tanto en Europa como en América. Existe una importante cantidad de fotografías de ese tipo, debido el alto índice de mortalidad infantil de dicha época, (la mayoría de los fallecimientos se debían a los escasos recursos médicos en esos tiempos, y la pobreza en muchos de los casos). Una familia común sumaba entre 8 y 10 hijos de los cuales solían fallecer la mitad. Tomando en cuenta ese contexto, las fotografías del niño fallecido junto a sus padres y/o hermanos, o simplemente el niño muerto, eran aceptadas de forma comprensible.
He aquí un grupo de fotografías mortuorias del siglo XIX, las cuales muestro con profundo respeto y una oración para el alma de los fallecidos, cuya identidad en la actualidad, ha quedado perdida en la historia.




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A la verdad que esta muy interesante lo que relatas, no sabía la magnitud que encerraba ese tipo de fotografía, ni que tan vieja podía ser esa costumbre. Gracias por compartir.
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Querida Iliana, este es un capítulo de un libro que estoy escribiendo sobre la historia de la fotografía, una de mis grandes pasiones, prometo hacértelo llegar tan pronto finalice, he descubierto decenas de curiosidades y hechos que serán de tu grado. Un cordial saludo.
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Muchas gracias lo espero con ansias. Feliz inicio de semana
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Un gusto Iliana, bendiciones y feliz semana también para ti.
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