Las barbacoas del desierto y sus manjares.

Poco antes de la despedida, la noche anterior, Ibrahim me había advertido y a la vez invitado a comer en su paradisiaca casa de puertas sin cerrojos, situada con singular soledad en medio del desierto. La comida, como es habitual quedó pactada entre el cuarto y quinto rezo del “Zalat”.

En tal sentido organicé con ansiedad mi horario, y el día acordado me dispuse a atravesar las dunas de arenas en mi clásico afán de disfrutar mis excursiones, esta vez con la absoluta convicción que, tras finalizado el llamado a la cuarta oración, una gigantesca nube de arena me iba a indicar que Ibrahím venía en mi búsqueda, como en realidad sucedió.

El enorme Toyota de poderosa tracción y maniobrabilidad de pluma, se hizo presente, como si transitase por alfombra de terciopelo. Los árabes suelen manejarlos con las gomas parcialmente desinfladas, condición que les permite afincarse a la arena, con una fuerza de tracción tal, que jamás quedan atascados.

Luego del saludo en árabe, me dispuse a montar una vez más en aquella carroza de lujo, que a mi entender había sido diseñada para la realeza, por el impecable acondicionamiento del aire, la musicalización estéreo de alta fidelidad de los versículos del coram, la estabilidad, la amortiguación y el control de la luminosidad mediante la selección computadorizada del grado de transparencia de los cristales, condiciones que hacían el confort de nuestra transportación superior a la realizada por Aladino en su alfombra mágica, máxime además, que disponíamos de navegación por GPS, artefacto este que la lampara nunca propició por mucho que se flotase.

En minutos llegamos a la casa de Ibrahim, un tanto para mi disgusto, porque el confort absoluto de aquel vehículo, aromatizado con esencias árabes exóticas que nunca pude identificar, me hacían desear una travesía de horas.

Cuando arribamos a la casa, el sol ya estaba por ponerse y la temperatura era agradable, razón por la cual el Ibrahim llamó a dos de sus empleados, que aparecieron de inmediato. Eran hindúes o pakistaníes, así lo delataba su fisonomía y forma de vestir, porque en mis múltiples visitas nunca los escuche decir una palabra. Ejecutaban las ordenanzas, y tan pronto terminaban, se hacían invisibles hasta el próximo llamado.

Ibrahim indicó que preparan el fuego y me invitó a hacer el adobo del asado, más de una docena de pollos enteros de gran tamaño, que él consideraba insuficiente para dos personas.

El adobo era sencillo, una base de yogurt espeso a la cual se le adicionaban los condimentos, que eran muchos y exóticos, uno de los cuales era “garam masala”. Esta mezcla de especies la reconocí, porque yo la compraba en el supermercado y sabía que había de varios tipos, para carnes, pescados y pollos; con y sin azafrán, con y sin curry, con y sin condimentos picantes de la india y mil otras combinaciones.

En la medida que asimilaba la cultura de los árabes del desierto, llegué a conocer que la mezcla original del garam masala se elabora con canela, clavo de olor, nuez moscada, cardamomo, pimienta negra y otros muchos aderezos empleados en la cocina india, bangladesí, pakistaní, nepalí y otras gastronomías del sudeste asiático.

Es tal la diversidad de condimentos en la culinaria árabe, dada su privilegiado posicionamiento en Asia menor, entrepuente de Asia, África y Europa, que con el tiempo elaboré un listado de hierbas aromáticas, aderezos y condimentos que con gusto compartiré con ustedes.

Diluimos los masalas cuidadosamente en el yogurt y luego dejamos marinar los pollos, mientras se preparaba el horno, un horno nunca antes visto ni imaginado en mi curiosa vida.

El horno consistía en un enorme cilindro de acero de paredes gruesas, al parecer hecho de un depósito de combustible, que penetraba en la arena dos metros, y disponía de una tapa, también de acero, que lo cerraba de forma hermética.

Encendido del horno.

El primer paso, como resulta lógico esperar, era el encendido del horno, y para ello se prendía fuego a una enorme cantidad de leña, hasta lograr que las paredes del horno, su interior y la arena circundante, alcanzaran temperaturas incandescentes, al rojo vivo, como diríamos entre buenos cubanos.

Una vez comenté, que en el desierto no hay árboles ni vegetación. La ausencia de leña u otro material combustible es total, razón por la cual, la madera de los embalajes de las muchas compras que hacen los árabes, es utilizada para encender hogueras. Casi nunca resulta suficiente, pero eso no es problema, porque con la emoción de prender el fuego, si este se debilita, el primer juego de muebles de madera que esté a la mano desaparece en las llamas y no sucedió nada. Eso lo observé en varias ocasiones, donde con pesar no salía de mi asombro, mientras butacas y camastros de calidad y plena vida útil, desaparecían consumidas por las llamas.

Con el horno en caliente, el procedimiento es sencillo. Los pollos, se hacen descender al interior, suspendidos de un colector de acero que se adhiere a la superficie, y luego, sobre ellos y sin entrar en contacto directo, otro balancín suspende la paila del arroz, que ya viene condimentado y se prepara con anterioridad, sin que nunca supiese quién y dónde se ejecutaba esta parte de la elaboración del banquete.

Empleados cubriendo el horno de arena.

Luego, los empleados ponían la tapa, cuyo sello hermético asfixiaba la hoguera y la apagaba de inmediato y utilizando palas, cubrían todo aquello con un enorme montículo de arena, para que el inmenso calor atrapado en el horno, cociese todo aquello lentamente y a escondidas.

Nada mejor en ese momento, que fumar shisha, pipa oriental donde la menta, las rosas y otros vegetales aromáticos, perfuman un continente líquido alargado del que parten varias mangueras emboquilladas que se aspiran por grupos de personas sentadas en círculos. Mientras, yo, que no gusto de fumar, me sentaba a contemplar la inmensidad del desierto, que la noche hace bello con su perlado de estrella, mientras meditas y das gracias Dios, en agradecimiento por la vida y las nuevas experiencias.

Transcurrida una hora exacta, se retira la arena, y todo el asado y las pailas se extraen del horno, y se sitúan sobre gigantescas alfombras persas, mientras que los comensales comienzan a devoran con avidez todo aquello, sentados en el suelo, y sin ingerir bebidas alcohólicas que siempre son sustituidas por una enorme dotación de jugos y refrescos.

¿Los cubiertos?, no te preocupes por ellos, en el desierto es educación comer a mano pelada.

#LoRealMaravilloso

#DesiertoDeCatar

https://www.volfredo.com/


6 respuestas a “Las barbacoas del desierto y sus manjares.

  1. Tu relato me hace transportarme hasta las arenas del desierto y estoy sentada junto a ti viendo fumar las pipas jjjjj y esperando el pollo que debe haber quedado exquisito como manjar de dioses. Gracias por compartir.

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