¿Por qué los ángeles no pueden ser eróticos?

En este mundo de algoritmos impasibles y censuras tan modernas como inquisitoriales, la pregunta sobre si un ángel puede ser erótico se torna, paradójicamente, más perturbadora que la de si un demonio puede ser santo. Vivimos una época que, al tiempo que presume de libertad estética, arrastra bajo la alfombra los dilemas éticos y culturales que ciertos lenguajes artísticos desatan. En ese terreno resbaladizo —donde lo espiritual y lo carnal se entrelazan como dos danzantes en penumbra— se mueve la artista Carolina Delgado, conocida en la red social X como @carolletta. Su galería digital no solo exhibe una técnica refinada, sino una propuesta conceptual que, como los antiguos profetas, parece hablar en lenguas desconocidas para algunos y profundamente reveladoras para otros.

La artista Carolina Delgado reimagina a los ángeles como figuras eróticas que fusionan lo espiritual y lo sensual.

El universo visual de Carolina Delgado se caracteriza por una estética delicadamente intencionada. Sus ángeles, etéreos en forma, pero densos en contenido, se deslizan entre los límites de lo divino y lo humano, como si la artista hubiera colocado en cada pluma un susurro y en cada mirada una confesión. Nada hay en ellos de provocación gratuita. Lo que vemos, más allá de la piel sugerida y los rostros insinuantes, es un ejercicio de humanización del símbolo, un rescate de la complejidad que la tradición —y no pocas veces el dogma— se ha empeñado en reducir a la fórmula inofensiva de “todo espíritu, nada carne”.

Los colores que emplea, suaves como la nostalgia de un sueño interrumpido, invitan al recogimiento más que al escándalo. Rosas pálidos, azules cenicientos, dorados evaporados como incienso… Sus obras no gritan, musitan. Y, sin embargo, en esa delicadeza hay una osadía radical: proponer que el erotismo no niega la espiritualidad, sino que puede ser una de sus formas más hondas. Como si Carolina, desde el pincel o la pantalla, nos recordara que también Jacob luchó con un ángel —y quizás fue esa lucha cuerpo a cuerpo lo que lo convirtió en patriarca.

La figura del ángel, omnipresente en las tradiciones judeocristianas, ha sido históricamente representada como pura, incorpórea, inalterada por los vicios de la carne. Un ideal que, si lo pensamos bien, no encuentra eco ni siquiera en las Sagradas Escrituras. Los ángeles bíblicos no eran seres de peluche alados; venían con espada, anunciaban destrucciones, vigilaban ciudades pecadoras y, en ciertos pasajes, incluso se confundían con los hombres. Si tomamos en serio las Escrituras, sabremos que hubo ángeles que deseaban, que se rebelaron, que cayeron. ¿Por qué, entonces, negarles la capacidad de amar, de desear, o al menos de sentir?

Desde esta perspectiva, los ángeles de Carolina Delgado no profanan el símbolo, lo completan. Y si lo hacen desde una propuesta erótica, no es para rebajarlos al lodo, sino para recordarnos que incluso lo celestial, cuando toca nuestra mirada, adquiere pliegues humanos. Lo sublime no se opone a lo sensual. Más bien lo trasciende integrándolo.

Los ángeles de Carolina Delgado no profanan el símbolo, lo completan.
Incluso lo celestial, cuando toca nuestra mirada, adquiere pliegues humanos.

Pero esta visión, tan sugerente como audaz, no está exenta de controversia. La página de @carolletta ha sido, como era de esperar, objeto de elogios encendidos y también de críticas airadas. Algunos seguidores la celebran por atreverse a hibridar campos considerados incompatibles. Otros la acusan de sacrilegio visual, de confundir al espectador y mancillar lo sagrado. Estas reacciones, lejos de ser un síntoma de fracaso, son prueba del poder que tiene el arte cuando no busca agradar, sino interpelar.

El perfil de Carolina en X funciona, en efecto, como una galería viva. No solo muestra obras terminadas, sino también bocetos, procesos y fragmentos que humanizan la creación. Hay en esta exposición continua una voluntad pedagógica, un deseo de compartir no solo el producto final, sino el recorrido. La artista responde a los comentarios, escucha, debate sin perder la compostura. Así, su espacio digital se convierte en foro, en taller abierto, en templo profano donde la belleza se ofrece sin dogmas.

Uno de sus ángeles más comentados sostiene una rosa entreabierta. No es una flor vulgar ni una alegoría obvia. Los pétalos están delineados con la precisión de quien conoce tanto la anatomía como el símbolo. Allí, donde algunos solo ven un gesto decorativo, otros encuentran una meditación sobre el deseo, la pérdida y la fragilidad de la experiencia amorosa. Otro ángel, de espaldas, mira hacia un horizonte invisible mientras sus alas —parcialmente desplegadas— parecen debatirse entre el ascenso y la caída.

Entonces, ¿por qué escandalizarnos ante la obra de Carolina Delgado? ¿Por qué esta ansiedad moral ante unos ángeles que, en lugar de castigar con fuego, parecen amar con ternura? Tal vez porque el erotismo verdadero —no el pornográfico, no el explotado hasta el hartazgo— implica un riesgo mayor que la blasfemia: nos confronta con lo que somos y con lo que deseamos ser. Nos habla, sin filtros, de nuestra sed de infinito, disfrazada a veces de caricia, de mirada o de silencio compartido.

¿Por qué escandalizarnos ante la obra de Carolina Delgado?
¿Por qué esta ansiedad moral ante unos ángeles que parecen amar con ternura?

Es cierto que hay argumentos en contra. Para muchos creyentes, los ángeles son entidades puras cuya representación debe mantenerse dentro de los márgenes de la reverencia. Erotizarlos puede parecer una banalización o incluso una traición. También es legítima la preocupación por el impacto cultural que puede tener esta iconografía si es tomada fuera de contexto o reducida a un mero fetiche visual.

Pero, ¿acaso no es el arte ese espacio en el que el símbolo se reinventa para no morir? ¿No es el arte, en su mejor expresión, una forma de meditación sobre lo sagrado, aunque sus formas sean inesperadas?

No hay una respuesta absoluta sobre si las representaciones eróticas de los ángeles de Carolina Delgado son “correctas”. Desde una mirada artística, su trabajo puede entenderse como una indagación valiente y necesaria que enriquece el diálogo cultural contemporáneo. Desde una óptica religiosa o conservadora, es comprensible que se considere provocador, incluso irrespetuoso. Todo depende del lente con que se mire y del oído con que se escuche el canto de estos ángeles nuevos.

Personalmente, creo que su obra tiene valor no solo estético, sino ético, en tanto nos obliga a cuestionar nuestras certezas y a reconsiderar los límites que la costumbre ha trazado entre el cielo y la carne. Como en todo arte que perdura, hay en ella una herida abierta y una belleza que no suplica permiso. Quizá la verdadera pregunta no sea si los ángeles pueden ser eróticos, sino si nosotros, espectadores aún cautivos del dogma, estamos listos para mirar sin parpadear.

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