¿Quién ocupa la derecha de Jesucristo en La Última Cena?

Hay polémicas que, como ciertas modas, se reciclan cada tanto con el entusiasmo ingenuo de quien cree haber descubierto el fuego, cuando en realidad apenas juega con bengalas mojadas. Tal es el caso de la identidad del personaje que aparece a la derecha de Jesucristo en La Última Cena de Leonardo da Vinci, objeto de las más fervientes —y a menudo desinformadas— elucubraciones desde la publicación de El Código Da Vinci en 2003. ¿Es realmente Juan el Apóstol, o podría tratarse de María Magdalena, como sugiere la célebre novela?; el camino hacia la verdad merece ser recorrido, aunque esté pavimentado de confusiones editoriales y entusiasmos mal documentados.

Según los evangelios canónicos, durante la Última Cena Jesucristo anuncia la traición inminente de uno de los suyos, y el discípulo “a quien amaba” se recuesta junto a él. Desde los primeros siglos, la tradición cristiana ha identificado a ese discípulo como Juan, el más joven y afectuoso del grupo. El arte sacro lo ha representado con frecuencia como un muchacho de rasgos suaves, rostro sereno y expresión compungida. Durante el Renacimiento, esa imagen se consolidó con una estética que no diferenciaba lo masculino de lo bello. Leonardo, fiel a su tiempo, no fue la excepción.

El arte sacro ha representado a Juan el Apostol sentado a la derecha de Jesuscristo en La Última Cena (detalle); como un muchacho de rasgos suaves, rostro sereno y expresión compungida. Durante el Renacimiento, esa imagen se consolidó con una estética que no diferenciaba lo masculino de lo bello.

No existe en los cuadernos del maestro florentino una sola línea que insinúe que quiso pintar a María Magdalena en lugar de Juan. Más aún, los bocetos preparatorios conservados en la Royal Library de Windsor confirman que esa figura —melancólica, juvenil, de cabeza inclinada— fue pensada desde el inicio como el apóstol amado. Y como tal fue ejecutada.

Sorprende, sin embargo, que la supuesta “feminidad” del personaje despierte tanta suspicacia entre ciertos espectadores modernos. En el Renacimiento, la belleza juvenil se representaba con gracia andrógina, y los jóvenes santos, mártires y ángeles eran figuras de una dulzura casi celestial. Basta mirar al David de Miguel Ángel o al San Sebastián de Botticelli para comprender que los cánones de virilidad han mudado más que la técnica del claroscuro.

Juan aparece junto a Jesucristo con las manos juntas, los ojos bajos y una expresión de recogimiento ante el anuncio de la traición. Su serenidad contrasta con la agitación emocional del resto del grupo, y su proximidad al Maestro está en línea con el relato del Evangelio según San Juan, capítulo 13, versículo 23. No hay nada ahí que sugiera seducción o ardid; hay, más bien, dolor contenido y lealtad muda.

¿De dónde, entonces, nace la idea de que esa figura es en realidad María Magdalena? Como tantas quimeras contemporáneas, surge de una mezcla bien agitada de gnosticismo tardío, fantasía editorial y sed de espectáculo. Dan Brown se inspiró en fragmentos del llamado Evangelio de Felipe —un texto gnóstico del siglo III, rechazado por la Iglesia y completamente ajeno al mundo simbólico de Leonardo— y lo combinó con interpretaciones libres de gestos y siluetas para construir una narrativa paralela. Nada condenable en ello, mientras permanezca en el terreno de la ficción. Lo preocupante es cuando la fantasía se traviste de revelación histórica, y la invención se vende como hallazgo subversivo.

Es cierto que la figura de Magdalena fue durante siglos reducida a una caricatura penitente. Pero su reivindicación no necesita usurparle la silla a San Juan en una pintura mural del siglo XV. De hecho, lo que más debiera preocuparnos no es la fidelidad iconográfica, sino la fidelidad al sentido: Juan representa el amor sereno, Magdalena la búsqueda apasionada. Ambos tienen lugar en la historia cristiana, pero no intercambian posiciones por capricho ni por marketing.

Historiadores del arte como Martin Kemp (Universidad de Oxford) y Carmen Bambach (Metropolitan Museum of Art) han desmentido reiteradamente la teoría magdaleniana. La restauración finalizada en 1999, no halló símbolos ocultos, alteraciones interesadas ni mensajes cifrados entre los pigmentos descascarados. El personaje es Juan, como siempre fue. Lo demás es literatura… de fácil digestión y alto rendimiento comercial.

Lo más revelador de este asunto no está en la pintura, sino en nuestra manera de mirarla. Necesitamos enigmas, como si la realidad ya no bastara. Nos cuesta aceptar que una obra pueda ser tan poderosa, tan profundamente humana, sin esconder secretos explosivos. Queremos ver una Magdalena donde hay un Juan porque preferimos el escándalo al recogimiento, la intriga al silencio.

Leonardo, con su genio sereno, retrató la fragilidad del alma con tal precisión que hasta las teorías conspirativas resultan, en el fondo, un tributo a su arte y quizás, lo más difícil es aceptar que la belleza no necesita misterios añadidos para estremecernos.

#LoRealMaravilloso

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3 respuestas a “¿Quién ocupa la derecha de Jesucristo en La Última Cena?

  1. Yo pienso que es elucubrar sobre una obra que tiene valor por sí misma. Entiendo que no es una obra cualquiera puesto que contiene un relato de gran influencia en la humanidad, sobre todo para los cristianos . Como siempre interesantísimo. Un abrazo, amigo.

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    1. La idea en concreto, por cierto, pagana y criticada fuertemente por la Iglesia, es que, de ser María Magdalena, habría que reconocer una relación sentimental y la posibilidad de descendencia. Un hecho que no aparece en las Escrituras. Feliz día, querida amiga.

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