En la historia de la literatura en lengua castellana, hay nombres que se escriben con tinta de solemnidad y otros que, sin necesidad de pergaminos ni laureles académicos, se graban con fuego en el corazón de los lectores. María del Socorro Tellado López, conocida para millones como Corín Tellado, pertenece a esta última estirpe: la de los autores populares que no piden permiso para entrar en la historia porque ya habitan, sin aspavientos, la memoria sentimental de un pueblo.
Era el 25 de abril de 1927 cuando nació en Viavélez, un pequeño puerto asturiano, esta mujer que sería, según declaró la UNESCO en 1962, la autora más leída en español después de Cervantes. Sí, después de Cervantes. Que la crítica literaria haya hecho oídos sordos a tal prodigio no es motivo para el olvido, sino para el asombro. Porque mientras los custodios del canon afilaban su indiferencia, las lectoras —y no pocas veces los lectores— abrían cada semana una nueva historia surgida de su inagotable ingenio, una confidencia urgente, una promesa de emoción.

Publicó más de 4.000 obras. Cuatro mil. A razón de una por semana, durante décadas. Y no eran historias que hablasen de castillos de cartón o de pasiones en salones venecianos: eran, en su mayoría, dramas cotidianos protagonizados por mujeres que amaban, sufrían, resistían y, contra viento y moral establecida, volvían a comenzar. En cada una de esas novelas —breves, adictivas, populares— se cifraba una forma de consuelo, de rebeldía callada, de espejo íntimo. Porque si algo sabía hacer Corín Tellado era escribir lo que otras no se atrevían a decir.
Publicó su primera novela, Atrevida apuesta, en 1946, cuando apenas tenía diecinueve años. Fue un debut precoz, como si la urgencia de narrar le viniera desde el cordón umbilical. Al año siguiente firmó con la editorial Bruguera, y entonces comenzó su faena de titán: una novela por semana, a veces dos. No por encargo, no por vanidad, sino por necesidad vital. Escribía a máquina, corregía en papel, pensaba en las tramas mientras caminaba por la playa. Nunca dejó de hacerlo, ni siquiera en los momentos más dolorosos de su vida.
La editorial Bruguera supo encauzar el fenómeno: publicó sus novelas en la mítica colección Rosa, luego en los “libros de a duro” que costaban cinco pesetas y cabían en el bolsillo. Era una literatura de acceso democrático, que no exigía más credenciales que el deseo de leer. En quioscos, peluquerías, paradas de autobús o mercados de barrio, sus novelas esperaban su turno como un pan caliente. Quien no tenía dinero, las truequeaba. Quien no sabía leer del todo, aprendía con ellas. Quien no se atrevía a soñar, encontraba en esas páginas una posibilidad.
Mientras los académicos la ninguneaban con gesto doctoral, Corín Tellado se convertía en la cronista sentimental de su época, la transición y el cambio de siglo. Sí, sus historias respondían a ciertos moldes narrativos, pero ¿acaso no es el molde lo que permite vislumbrar las pequeñas fisuras por donde entra el cambio? Sus personajes, aunque obedientes a los finales felices, transitaban dilemas morales, impulsos contradictorios, deseos inconfesables. Y en esa tensión estaba su magia: mostraba lo que no debía mostrarse, decía lo que debía callarse, narraba amores dentro de una estructura social que los prohibía o castigaba.
En América Latina, su impacto fue incluso más feroz. En ciudades como Buenos Aires, Lima o México, sus novelas circulaban de mano en mano, en bibliotecas improvisadas, en el rincón polvoriento de una repisa familiar. Allí, donde había un lector potencial, solía encontrase un libro de Corín Tellado. Y no importaba si las hojas estaban amarillas, si la tapa se despegaba o si ya alguien más había subrayado una frase con bolígrafo: lo importante era la historia. Ese “te amo” que se hacía esperar durante noventa y dos páginas. Ese primer beso furtivo. Esa frase que parecía escrita solo para un amante.

“Corín te espera”, decía el kiosquero a una adolescente que no tenía el dinero justo. Y en ese gesto había algo más que comercio: había complicidad, había rito. Para muchas lectoras, sus novelas fueron la primera puerta hacia la lectura autónoma, la primera vez que la literatura no era una obligación escolar, sino un deleite clandestino.
En los años 70 y 80, la televisión adaptó varias de sus obras, llevándolas a un nuevo público, más joven, más diverso. Sus heroínas comenzaron a trabajar, a tomar decisiones, a rebelarse. Ella misma lo dijo: “Me costó cambiar, pero las chicas jóvenes me lo exigían”. No quería engañar a nadie. Sabía que la sociedad había cambiado y que las lectoras ya no creían en mujeres que sólo sabían llorar.
Corín Tellado no fue una escritora “fácil”. Fue una escritora cercana. Y esa cercanía, tan despreciada por los guardianes del gusto elevado, es en realidad una proeza. Porque escribir para todos sin empobrecer el alma del texto es un arte mayor. Porque conmover sin caer en el ridículo es una danza delicada. Porque mantener la atención de millones durante cinco décadas requiere no solo talento, sino una intuición que no se aprende en los salones universitarios.
Entre sus títulos más recordados están La intrusa, Pasión oculta, Un extraño en mi vida, Demasiado tarde para amar, Una chica de provincias. Basta leer los títulos para saber que ahí dentro hay drama, intensidad, deseo. Hay amor, sí, pero también hay miedo, contradicción, pérdida. Y sobre todo, hay una mirada compasiva hacia las mujeres que aman, y que al amar se arriesgan a perderlo todo.
Murió el 11 de abril de 2009, a los 81 años. Su hijo Domingo contó que hasta el final pensaba tramas, personajes, desenlaces. Entregó su última novela días antes de morir. Sin homenajes ostentosos, sin estatua ni condecoración, partió como había vivido: escribiendo. Fue fiel al amor —al amor narrado, al amor deseado, al amor que salva— hasta el último suspiro.
Corín Tellado vendió más de 400 millones de ejemplares. Su obra fue traducida, pirateada, recortada y reeditada hasta la saciedad. Pero más allá de los números, su legado es otro: fue —es— un fenómeno íntimo. Cada lectora que alguna vez tembló con una de sus páginas sabe de qué hablo. Porque en un mundo lleno de cinismo, ella ofrecía ternura sin vergüenza. Porque donde otros veían cursilería, ella encontraba humanidad.
Conviene y place recordarla como como lo que verdaderamente fue: una arquitecta del deseo, una narradora del amor en tiempos adversos, una escritora que supo decir, con palabras sencillas, lo que muchas aún no se atreven a pronunciar.
“El amor no siempre llega cuando lo esperas —escribió en una de sus novelas—. Pero cuando llega, te cambia la vida entera.” Y con eso basta para justificar una obra.
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Aunque en su momento fue muy leída tengo la impresión que su literatura siempre se ha considerado una obra menor. Espero que algún día se reivindica su figura. Un saludo, amigo.
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Es así, ahora toca redefinir el concepto de «obra menor», cuando fue la autora más leída después que Cervantes, en su tiempo. Es un gusto dearte un feliz fin de semana.
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A mí siempre me pareció fascinante su capacidad de contar historias, y tantas…
Gracias por tus artículos 🙏🤜🤛
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Gracias a ti estimado Antonio. Es innegable, Corín Tellado lleno medio siglo, hizo una novela semanal por más de 50 años y en su tiempo fue más leída que Cervantes. Fewliz domingo.
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Junto a Marcial Lafuente Estefanía, dos escritores con ventas millonarias de ejemplares considerados menores y casi olvidados.
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Justo hace unos días me acordaba de ella y de que la tengo pendiente para leer 🙂
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Pués no pierdas la oportunidad de una buena lectura, que tu corazón ya palpita. Cordiales saludos.
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Me encantaban sus novelas
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Opinión compartida por muchos, millones diría yo.
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Una excelente escritora, saludos.
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Yo pienso que su condición de escritora popular, no desmerita para nada y es este su principal mérito literario.El elitismo sologusta a los cristicos y carece del respaldo masivo. Cordial abrazo.
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La reina de las novelas románticas en una época de dictadura en nuestro país. Gracias por compartir, querido Volfredo. Un fuerte abrazo.
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Yo recuerdo que mi mami leía los libros de novelas románticas en Ecuador
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Eran tiempos más ingenuos y felices.
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Sus novelas cortas eran incluidas en algunas revistas de modas u otras que «sólo eran para mujeres». A través del tiempo fueron aceptadas dentro de la literatura, llevadas a la radio y pocos directores y productores cine de tomaron en cuenta la trama, los personajes, escenografía y hasta el desenlace. Ahora las recordamos. Felicidades Corín, ¿Qué es de élla?
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Con gusto le respondo: En sus últimos años, padeció insuficiencia renal, requiriendo diálisis desde 1995, pero continuó escribiendo hasta poco antes de su muerte, dictando sus obras a su nuera. Murió en su casa de Gijón, dejando tres novelas inéditas, y su legado sigue vivo con reediciones digitales de sus obras.
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