PewDiePie: El ocaso glorioso del lector ilustrado.

Si MrBeast es la encarnación de la hipérbole filantrópica, el otro gran monolito de YouTube —ese que durante casi una década reinó sin competencia— es Felix Kjellberg, más conocido como PewDiePie. Sueco, pálido, culto en lo superficial y profundamente posmoderno, PewDiePie no se construyó desde el músculo financiero, sino desde la improvisación, el humor absurdo y la íntima complicidad con una generación que aprendió a leer con memes, no con Cervantes, Vargas Llosa o García Márquez.

Su canal no promete curaciones milagrosas, ni casas regaladas, ni arcas de Noé con patrocinio de Red Bull. Lo suyo ha sido, desde siempre, el comentario, la ironía, el desparpajo. En cierto modo, PewDiePie es un lector —aunque sus libros sean videojuegos, foros de Reddit o los comentarios de sus propios seguidores. Y ahí, en esa aparente trivialidad, se esconde una lección esencial sobre la evolución del lector contemporáneo.

PewDiePie nació al estrellato en un contexto más artesanal. YouTube era aún una jungla sin reyes, y los contenidos eran torpes, espontáneos, balbuceantes. Kjellberg apareció allí con una cámara barata y una obsesión: jugar videojuegos y gritar mientras lo hacía. Pero, cuidado, no era un grito hueco. Era una forma de narrar. Su estilo —una mezcla entre narrador inmaduro, bufón lisérgico y crítico existencial— se volvió adictivo para millones.

PewDiePie es un nombre de usuario creado por Felix Kjellberg el famoso youtuber. El nombre se forma por «Pew»: Imitación del sonido de un disparo; «Die»: Significa «morir» en inglés y «Pie»: Agregado para darle un toque divertido, sin un significado específico. Es esencialmente una combinación divertida y única de palabras que refleja el estilo de contenido de Kjellberg, que incluye videojuegos, reacciones y comedia. El canal cuenta a día de hoy, con 110 millones de suscriptores.

Lo que en principio parecía una broma —un tipo jugando Minecraft frente a millones de espectadores—, pronto se convirtió en una revolución estética. PewDiePie fue, sin saberlo, un nuevo tipo de contador de historias. No escribía novelas, pero construía arcos narrativos: entraba a mundos digitales, enfrentaba enemigos, moría de formas absurdas, renacía, lloraba la muerte de un cerdo virtual, y compartía todo eso con una audiencia que no solo lo miraba: lo leía a través del gesto, la entonación, la edición.

El lector tradicional, ese que se sumerge en las páginas de “Crimen y castigo”, podría despreciar esta forma de “lectura audiovisual”. Pero cometería un error. Porque la generación que creció con PewDiePie aprendió a decodificar símbolos, ironías, emociones, a partir de imágenes y referencias compartidas. No será Dostoyevski, pero hay una narrativa. No es Shakespeare, pero hay conflicto, clímax, catarsis. Y sobre todo, hay comunidad.

PewDiePie formó lectores sin libros. Su audiencia, que llegó a superar los 110 millones de suscriptores, no acudía buscando literatura, pero hallaba —paradójicamente— estructuras narrativas. Entre el absurdo y el sarcasmo, el canal de PewDiePie se transformó en una suerte de club de lectura de lo efímero. ¿Qué se “leía”? Foros, reseñas, juegos, errores de diseño, debates sobre ética de los videojuegos y reflexiones existenciales envueltas en carcajadas.

En su época dorada (2014–2019), PewDiePie fue el espejo deformante donde se miró una generación entera. Y lo que vieron allí no fue necesariamente un modelo de vida, sino un modelo de lectura del mundo: fragmentaria, emocional, caótica, profundamente individualista pero sedienta de comunidad. Una lectura sin papel, pero con una sintaxis audiovisual perfectamente reconocible.

Para el escritor de antaño, esto representa un desafío existencial: ¿cómo escribir para una audiencia que ya no lee con los ojos, sino con los oídos, los memes, los gestos y los cortes de edición?

PewDiePie y el antiintelectualismo ilustrado

Felix Kjellberg es una figura fascinante porque habita una contradicción: es un defensor del humor tonto, de la risa adolescente, del error como arte, y, sin embargo, ha leído más filosofía que la mayoría de sus críticos. Su biblioteca personal, sus constantes referencias a Kant, Camus o Nietzsche (a veces disfrazadas de chistes internos), revelan un lector voraz enmascarado. Un Sócrates digital, que enseña mientras se burla de sí mismo.

Este tipo de figura es vital para entender la cultura actual: un antiintelectual con intelecto. Ya no se enseña desde el pedestal, sino desde el sofá. No se impone la verdad, y simplemente se duda de ella en un gesto de relativismo metódico, donde “nada es tan serio, y todo puede ser parodia”, ha contaminado todas las formas de lectura. El lector contemporáneo ya no busca certezas: busca experiencias, autenticidad, conexión. PewDiePie, con sus luces y sombras, ofrecía eso mejor que nadie.

El escritor clásico debe aceptar que ya no tiene el monopolio del relato. El público, ese lector múltiple, fragmentado, hiperconectado, quiere que lo narren en tiempo real, que lo interpelen, que lo inviten a la escena. PewDiePie entendió esto con una claridad que muchos académicos envidiarían. Él no construyó una audiencia: la convirtió en coautora.

En sus vídeos, los comentarios del público determinaban nuevos contenidos; los memes creados por los fans eran insumos artísticos; las polémicas, parte del guion. No había obra sin lector. Y eso, si me lo permiten, es la versión más radical del sueño borgeano: que el lector y el autor sean la misma cosa.

A diferencia de MrBeast, cuyo imperio aún crece como una mancha de aceite digital, PewDiePie optó por retirarse del centro. Se casó, se mudó a Japón, redujo su ritmo de publicaciones. Su despedida fue discreta, casi melancólica, como un poeta que guarda silencio tras muchos años de hablar. Y en ese silencio dejó una lección: el éxito no está solo en acumular vistas, sino en haber contado historias que hayan resonado y hecho eco en millones de seguidores.

¿Quién lo reemplazará? Nadie, en verdad. Porque PewDiePie fue un fenómeno de transición, el último gran narrador de YouTube antes de que la plataforma se industrializara por completo y la inteligencia artificial sustituya al intelecto humano en la creación de contenidos.

Al mirar el fenómeno PewDiePie, el escritor actual no debe sentir nostalgia, sino curiosidad. En un mundo donde el lector ya no busca verdades eternas, sino verdades compartibles, la labor del narrador es más vital que nunca. Pero deberá reinventarse: escribir para los que no leen, contar historias que puedan vivirse, viralizarse, desmontarse, parodiarse y mucho más.

¿Es esto una derrota? No. Es una mutación. La literatura no muere: muta, se adapta, resiste. Lo maravilloso, lo verdaderamente Real Maravilloso, es que, entre tanta espuma digital, aún hay sed de relato. Y tal vez, si afinamos la prosa y aprendemos a dialogar con los códigos nuevos, logremos que algún lector extraviado —uno que creció con PewDiePie— descubra un día a Kafka, a Lezama, a Proust.

Y entonces sí, el círculo se habrá cerrado.


El video más visto de PewDiePie en YouTube se titula “Bitch lasagna” (Lasaña de perra), que es una respuesta a T-Series en su batalla por ser el canal con más suscriptores de la plataforma. Este video ha acumulado millones de vistas y es muy conocido en la comunidad de YouTube.

Aquí les dejo el estribillo. ¡Sin comentarios!:

Lasaña de perra; Lasaña de perra,

T-Series, solo lloran por su mami, Lasaña de perra,

T-Series no es más que una lasaña de perra

que se ha hecho pis en el pijama.

“Lasaña de perra”, cuenta con 325 millones de visualizaciones en Spotify a día de hoy, disponible en: https://spoti.fi/2R079mu

#LoRealMaravilloso

#PeriodismoCrítico

#ReligiónyMagia

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5 respuestas a “PewDiePie: El ocaso glorioso del lector ilustrado.

  1. No lo conocía, pero después de leerte siento que PewDiePie fue más que un youtuber: fue una voz generacional, un narrador inesperado en tiempos digitales. Qué hermoso descubrir que, incluso entre memes y carcajadas, pueden florecer nuevas formas de leer el mundo.
    Feliz día, Volfredo.🌷

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