Ahora que la fatiga nos acompaña y agota, al punto de caer exhausto cada noche y despertar aún más abatido, bañados de sudor veraniego, ¡qué mejor pócima!, para combatir las pestes malsanas, que rasgar un libro en busca de sanadores fragmentos de realismo mágico.
Ideal sería poder disfrutar la lectura, con el mínimo de condiciones humanamente necesarias, lo cual resulta imposible en esta olla de vapores a presión en que se ha convertido nuestro oscuro, agónico y tropical verano.
Nuestra existencia languidece, apenas tengo ya posibilidades de escribir. Aprendida de memoria que el inminente apagón apagará mis teclas de un momento a otro, todo mis sensores existenciales indican que dispongo del tiempo justo para compartirles algunos fragmentos de «Cien años de soledad», que, hilvanados con intención preconcebida, cobran la virtud de contar una historia oculta entre sus letras, mientras burlo las mil limitaciones que atan mis manos, y me anticipo a la parada vital de mis artilugios eléctricos, sobrevivientes heroicos de múltiples colapsos y pestes que en nuestros días azotan con crudeza a Macondo.
Espero sirva de alivio esta pócima que con jugo de tisanas y frutas frescas escribo, al tiempo que intento hacértela llegar:
– Sucedió en Macondo, cuando un buen día apareció la peste del insomnio y su angustioso acompañante: la “inmemoria”, conocida como amnesia por los eruditos y olvido existencial, soledad y angustia, por los gitanos que cada verano nos visitan.
«…lo más temible de la enfermedad del insomnio no era la imposibilidad de dormir, pues el cuerpo no sentía cansancio alguno, sino su inexorable evolución hacia una manifestación más crítica: el olvido».
« Al cabo de varias semanas, José Arcadio Buendía se encontró una noche dando vueltas en la cama sin poder dormir. Úrsula, que también había despertado, le preguntó qué le pasaba».
No durmieron un minuto, pero al día siguiente se sentían tan descansados que se olvidaron de la mala noche. Aureliano comentó asombrado a la hora del almuerzo que se sentía muy bien a pesar de que había pasado toda la noche en el laboratorio dorando un prendedor que pensaba regalarle a Úrsula el día de su cumpleaños. No se alarmaron hasta el tercer día, cuando a la hora de acostarse se sintieron sin sueño, y cayeron en la cuenta de que llevaban más de cincuenta horas sin dormir.

Al principio nadie se alarmó. Al contrario, se alegraron de no dormir, porque entonces había tanto que hacer en Macondo que el tiempo apenas alcanzaba.
Los que querían dormir, no por cansancio sino por nostalgia de los sueños, recurrieron a toda clase de métodos agotadores. Se reunían a conversar sin tregua, a repetirse durante horas y horas los mismos chistes.
Fue Aureliano quien concibió la fórmula que había de defenderlos durante varios meses de las evasiones de la memoria. La descubrió por casualidad.
Insomne experto, por haber sido uno de los primeros, había aprendido a la perfección el arte de la platería. Un día estaba buscando el pequeño yunque que utilizaba para laminar los metales, y no recordó su nombre. Su padre se lo dijo: «tas». Aureliano escribió el nombre en un papel que pegó con goma en la base del yunquecito: tas. Así estuvo seguro de no olvidarlo en el futuro.
José Arcadio Buendía lo puso en práctica en toda la casa y más tarde lo impuso a todo el pueblo. Con un hisopo entintado marcó cada cosa con su nombre: mesa, silla, reloj, puerta, pared, cama, cacerola. Fue al corral y marcó los animales y las plantas: vaca, chivo, puerco, gallina, yuca, malanga, guineo. Poco a poco, estudiando las infinitas posibilidades del olvido, se dio cuenta de que podía llegar un día en que se reconocieran las cosas por sus inscripciones, pero no se recordara su utilidad. Entonces fue más explícito.
El letrero que colgó en la cerviz de la vaca era una muestra ejemplar de la forma en que los habitantes de Macondo estaban dispuestos a luchar contra el olvido: Esta es la vaca, hay que ordeñarla todas las mañanas para que produzca leche y a la leche hay que hervirla para mezclarla con el café y hacer café con leche. Así continuaron viviendo en una realidad escurridiza, momentáneamente capturada por las palabras, pero que había de fugarse sin remedio cuando olvidaran los valores de la letra escrita.

Un buen día, en plena epidemia de la peste del insomnio y el olvido, «..apareció por el camino de la ciénaga un anciano estrafalario…José Arcadio Buendía lo encontró sentado en la sala, abanicándose con un remendado sombrero negro, mientras leía con atención compasiva los letreros pegados en las paredes. Lo saludó con amplias muestras de afecto, temiendo haberlo conocido en otro tiempo y ahora no recordarlo. Pero el visitante advirtió su falsedad. Se sintió olvidado, no con el olvido remediable del corazón, sino con otro olvido más cruel e irrevocable que él conocía muy bien, porque era el olvido de la muerte. Entonces comprendió. Abrió la maleta atiborrada de objetos indescifrables, y de entre ellos sacó un maletín con muchos frascos. Le dio a beber a José Arcadio Buendía una sustancia de color apacible, y la luz se hizo en su memoria. Los ojos se le humedecieron de llanto, antes de verse a sí mismo en una sala absurda donde los objetos estaban marcados, y antes de avergonzarse de las solemnes tonterías escritas en las paredes, y aun antes de reconocer al recién llegado en un deslumbrante resplandor de alegría. Era Melquíades.
Mientras Macondo celebraba la reconquista de los recuerdos, José Arcadio Buendía y Melquíades le sacudieron el polvo a su vieja amistad. El gitano iba dispuesto a quedarse en el pueblo. Había estado en la muerte, en efecto, pero había regresado porque no pudo soportar la soledad.
Fragmentos del capítulo III de Cien años de soledad, del escritor colombiano Gabriel García Márquez, ganador del Premio Nobel de Literatura en 1982; transcritos una vez que Melquíades regreso de la muerte, porque no pudo soportar la soledad.
#LoRealMaravilloso
#ArtesVisuales
#LiteraturaUniversal
#LiteraturaMágica
Me están entrando ganas de volver a Macondo, a los Buendía y a toda su magia.
Sólo que estos calores no los soporto y cualquier cosa es un esfuerzo. En fin. Verano horrible el de este año.
Un saludo, amigo.
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Macondo tiene un río, y justo antes de llegar hay un rápido de aguas clara, todos estamos soñando bañarnos en el. Feliz fin de semana.
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Sencillamente hermoso y real este paralelo que estableces, además de inteligente y mágico. Gracias doctor Volfredo, apacible fin de semana.
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En una ocasión leí al comienzo de una película, un enunciado poco acostumbrado donde aparecía de forma explícita un evidente crédito que rezaba; -«Cualquier similitud con circunstancias o personajes reales es hecha con todo propósito e intención».
Valga el crédito de la película para todo cuanto escribo y publico. Feliz fin de semana.
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Un libro que no se me olvida. Cuantas referencias ha creado Garcia Márquez con ese opus fascinante. Pero coincido con Azurea, aquí el calor (o la caló como dicen en Sevilla) no da tregua y no nos deja pensar. Un abrazo.
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Un feliz fin de semana Valencia, estamos unidos una vez más, esta vez en el intento calor que nos deshidrata en todas partes. Un abrazo desde Cuba.
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Gracias! Igual, feliz finde!
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Cómo siempre excelente,una comparación formidable
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Gracias, mañana continuamos con más.
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Qué maravilla!!! 😊
Qué facilidad de palabra!!! 😌
Me encanta!!! 😍
Gracias por deleitarnos. ☺️
Buenas noches. 😴💤
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Es un gusto cerrar filas en defensa del Planeta, utilizando como armas la literatura mágica y el imaginario multicolor de la expresión mágica. Un feliz domingo y un abrazo fraterno.
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La peste del insomnio en Macondo una posible aproximación analítica. Macondo es una aldea de 20 casas de barro construida con caña brava, la india Visitación vio un día a Rebeca en la mecedora chupándose un dedo y con los ojos alumbrando como un gato en la oscuridad, reconociendo en sus ojos lis síntomas de la enfermedad, era la peste del insomnio porque en su corazón fatalista le indicaba que la dolencia letal la perseguía de todos modos hasta el último rincón de la tierra. Úrsula procura un brebaje de hojas y plantas y se los dio a todos, pero no consiguieron dormir. José Arcadio Buendía sufre perdida de la memoria y no recordaban quienes eran, pero, siento miedo por Camacho que por las oscuras noches y el no poder dormir pierda su memoria y le sea imposible redactarnos estos relatos porque en Macondo corre un rio de aguas clara y no le va ser posible ir a refrescar el calor.
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En la actualidad somos muchos los que necesitamos de las pócimas y tisanas mágicas de Melquiades, aquí en Macondo, donde el mucho calor de las oscuras noches y las caricias de los mosquitos y otras muchas y malditas alimañas, no nos dejan dormir, y al despertar agotados, siquiera recordamos nuestros nombres. Así de trastornados nos ha transformado esta letal e interminable epidemia.
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Magnífica entrada llevándonos de nuevo a los recuerdos de Macondo en «Cien años de soledad» y al terrible calor que estamos soportando. Gracias por compartir!!!!
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Gracias Marylia, es un gusto desearte un feliz domingo, desde este calor que nos asfixia a todos sin lograr derrotarnos.
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