Me encontraba en el cementerio de Montesacro, en Itaguí, Colombia, era una tarde de mayo de 1999. Había llegado hasta ahí, motivado por una curiosidad imperiosa: visitar la tumba de Pablo Emilio Escobar Gaviria.

Como todos los enterramientos en el cementerio, los cadáveres eran depositados en sus cajas directamente bajo tierra y el lugar de la sepultura se marcaba con una sencilla tarja depositada sobre el verde y cuidado césped.
La tumba de Pablo Escobar se destacaba sobre las adyacentes por la gran extensión de terreno asignada, en un camposanto de élites donde el metro cuadrado costaba oro. Una gruesa cadena de bronce dorado, montada sobre pequeñas torretas de mármol, demarcaba la propiedad donde yacían los restos de quienes en su momento fueron los hombres más ricos, poderosos y temidos del planeta. Unidos en la vida como la muerte, hermanos, primos, cuñados y leales sicarios yacían ahí, en túmulos mortuorios contiguos y discretos, demostrando a todos que “el guerrero herido muerde el polvo en la muerte”. Génesis 9:25.
Con esos pensamientos sobre el valor verdadero de la vida, ya me retiraba, cuando observo que a escasos metros de distancia una monumental escultura de madera tiene sus ojos puestos sobre mí y me llamaba a su encuentro, era El Cristo de los Andes.
El Cristo de los Andes, fue tallado en el tronco de un árbol de pino, hace 65 años por José Horacio Betancourt. Su calvario es singular, y no está marcado por la crucifixión, sino atado con una gruesa cuerda, con las manos tras la espalda, de rodillas sobre un tronco y el cóndor de los Andes posado sobre su cabeza, en lugar de la corona de espinas.


La fuerza expresiva de la bella escultura es indefinible, más que pasión hay en su rostro indignación e ira. La empatía fue instantánea tras la observación inicial, aquella vigorosa escultura quería decirme algo y me dispuse atento a escuchar:
- Busca la verdad y cuéntala, yo guiaré tus pasos y cuidaré de ti.
Entiendo que la atmosfera alucinante del cementerio me llevó a escuchar palabras en el viento e interpretar significados preságiales en los arrullos de la brisa, pero doy fe y os aseguro que es verdad cuanto digo y cuento.
Ya en la despedida, era camino hacia la salida, llego a leer una vez más la tarja de Pablo Escobar y frente a él, hice un tácito compromiso:
- Buscaré la verdad sobre tu muerte para contarla, así lo quiere el Cristo de los Andes, es un designio, no puedo negarme.
Durante largos años regresé una y otra vez, escudriñando testimonios con ojos avizores y oídos atentos, atando cabos y destejiendo entramados. Era mi encomienda y tras esfuerzos de muchos años, pude cumplirla y contarla hoy para ustedes, en una serie de historias alineadas en sucesión que saldrán una tras otras, siguiendo la rigurosa cronología en la que sucedieron los hechos.
Los designios expresan la voluntad de Dios, o voluntad divina. Es un concepto teológico del cristianismo y las otras dos religiones abrahámicas: judaísmo e islam. La conformidad con la voluntad de Dios, se considera una virtud cristiana.
Excelente amigo como siempre esperando el próximo Saludos
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Esperamos con ansias la historia no contada hasta hoy, sobre Pablo Escobar. De seguro será un éxito como las anteriores. Gracias Volfredo.
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Interesante sobre todo por la brillantes narrativa de su ilustre técnica de transmitir conocimientos. Siempre es refrescante y enrriquecedor leer sus escritos. Gracias Profesot y Amigo.
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Gracias a tí, es un inmenso placer recibir tus comentarios y enviarte un fuerte abrazo navideño.
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Excelente historia y muyy motivada para leer la historia no contada, muy atinado suspenso. Felicidades
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