Ciego de Ávila, cuidad del tesoro oculto.

Consciente de que asumo un matiz autobiográfico, confieso que mis actitudes arqueológicas forman parte de mi personalidad y llegaron bien temprano en la infancia, cuando siendo un niño mis padres radicaron el domicilio familiar, en los altos de una colosal y antigua edificación, configurada por cuatro enormes casas, construida en el centro de nuestra querida y achatada cuidad de Ciego de Ávila.

En la planta baja de tan enormes residencias, compartían domicilios tres respetables ancianas, que dada su avanzada edad no pudieron seguir a sus hijos en su migración al extranjero y quedaron conformes, para guardar casa y recuerdos.

Tan solo tengo que cerrar los ojos para ver aparecer ante mí, a aquellas ancianas damas de la alcurnia avileña de los años 30 del pasado siglo, bien ataviadas desde temprano al despertar, y siempre dispuestas a recibirme y contarme sus historias, porque para ellas yo era un niño cariñoso, habido de escucharlas y llenar sus corazones. Cito sus nombres, porque rescatarlas del olvido y traerlas de vuelta a contar historias, las hará felices cualquiera sea su actual morada. Ellas eran Graciela y Guillermina Cabrera y Lidia Batallán.

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Una y otra vez y sin caer en contradicciones entre ellas, las nobles ancianas narraban en detalles que, al hacer las excavaciones para la cimentación de sus enormes mansiones, dos albañiles habían encontrado un cántaro sellado que contenía 50 doblones de plata y ante tan afortunado descubrimiento, que constituía una enorme fortuna a inicios del pasado siglo, se habían dado a la fuga, sin guardar en silencio su provisorio hallazgo. Los parlanchines albañiles fueron perseguidos hasta dar con ellos en Matanzas, y su tesoro fue decomisado con el pretexto de “no declaración y pago de impuestos”, quedando demostrado una vez más, que habladurías imprudentes siembran la desdicha.

Así las cosas y durante toda mi niñez, siempre que se hizo una excavación en los patios del vecindario, mis ojos avizores e imprudentes, estuvieron atentos a eventuales hallazgos a pesar de los regaños y castigos de mi mamá, por acercarme imprudente a los peligros potenciales de las excavaciones domésticas.

Otro hecho que no quiero pasa por alto, es contarle sobre mi querido abuelo Periquito Camacho, que Dios tenga en su Gloria, colono dado a la crianza de jaurías de perros y cazador de venados, integró la lista de los primeros españoles ya nacionalizados como cubanos, que sacaron a Ciego de Ávila de sus cabañas rústicas y la convirtieron en una próspera cuidad.

Entre las muchas inversiones llevadas a cabo por aquellos nobles hombres, muchos de los cuales nunca quitaron de sus guayaberas las medallas que ganaron peleando en la manigua como mambises, estaba la compra de haciendas a la que dedicaban todos sus colonos esfuerzos, y mi querido abuelo, entre ellos, compró una finca que dedicó por entero a la ganadería, ubicada en el crucero del “Quince y Medio”, hoy conocido como poblado del Quince, por ser la distancia en kilómetros que dista desde ella a la cuidad cabecera.

Recuerdo en detalles, que bien adentrado en la finca, existía cuando era niño, uno de los sesenta y ocho fortines españoles de los que formaron parte de la Trocha de Júcaro a Morón. Muy bien conservado, aquel fortín con muros ranurados para permitir disparar desde dentro, era el cuartel general y centro de la inteligencia estratégica de los juegos de los hermanos y primos de la familia, todos varones, porque por decisión divina, de los Camachos no nacían niñas, y de haber nacido, de seguro se hubiese sumado a nuestra guerrilla infantil.

Más tarde y como parte de la realidad mágica y animista que impulsa a los humanos a la búsqueda de lo desconocido, los santeros de la región, comenzaron a formular en adivinaciones en medio de sus trances, que en el viejo fortín español, había enterrada una botija con oro, y la imaginación popular cobró tal vuelo, que comenzaron a aparecer en las mañanas profundas excavaciones a los lados de las gruesas paredes del fortín, obra de la minería nocturna y furtiva de apasionados seguidores de leyendas.

En la actualidad el fortín solo existe en mis recuerdos, las muchas excavaciones a escondidas socavaron sus cimientos y un buen día, abatido y dolido por tantos malos tratos terminó por caer y convertirse en fragmentos de piedras, cenizas de un gran sueño.

Los años mantuvieron sus pasos, y llegó la Isla del Tesoro, del escocés Robert Louis Stevenson, magistral novela que me hizo volar alto mi imaginación, cuando un extraño personaje al que todos llamaban el Capitán, dejó al morir, en un baúl de su pertenencia, un mapa detallado que conducía hacia La Española, isla del Caribe donde los planos mostraban el sitio donde yacía enterrado un gran tesoro pirata.

Así andando, llega a mi adolescencia “Cien años de soledad”, una de las novelas más afamadas del escritor colombiano Gabriel García Márquez, que aborda desde el realismo mágico, la obstinación férrea y el psiquismo de los grandes buscadores de tesoros, entre los cuales yo milito. La Novela describe en su primer capítulo, cómo el gitano Melquiades trajo por primera vez a Macondo el imán, e “hizo una truculenta demostración pública de lo que él mismo llamaba la octava maravilla de los sabios alquimistas de Macedonia”. Cuenta la novela que “José Arcadio Buendía, cuya desaforada imaginación iba siempre más lejos que el ingenio de la naturaleza, y aún más allá del milagro y la magia, pensó que era posible servirse de aquella invención inútil para desentrañar el oro de la tierra”.

Por hoy, ya termino, he disfrutado mucho al revivir en esta apacible y agradable mañana de otoño, el origen de mi vocación formal y aptitudes para la minería arqueológica. Ahora tan solo me queda por contarles las muchas excavaciones que he protagonizado, y la historia de los planos de tesoros avileños a los que dimos caza mediante afanadas búsquedas en los archivos históricos y periódicos de época en la República. Queda mucho por contar en nuestro natal Ciego de Ávila, que en mi próximo post pasará a llamarse, la cuidad de los tesoros ocultos.

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Mapa fundacional de la Cuidad de Ciego de Ávila, primeros parques y calle. Siglo XIX.


6 respuestas a “Ciego de Ávila, cuidad del tesoro oculto.

  1. Muy interesante la historia de hoy, con su carácter autobiográfico, en verdad, creo de niños todos fuimos tocados por la» búsqueda de tesoros» descritos en la literatura infantil que mencionas. Algunos lo conservamos hasta hoy, me ha parecido maravilloso. Gracias por compartir.

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