La historia inverosímil del adoquín habanero

Cito una y otra vez, cuando quiero ser preciso en mis teoría de lo real maravillo, el prólogo de Crónicas Habaneras, donde Graziella Pogolotti, lo definen como “la capacidad de “saber ver” y de “poder sentir”, de “padecer” una irremediable fiebre de curiosidad”.Es así que, que inmerso en la curiosidad propia de un los realista mágico, recorro la Plaza de la Catedral, mirando hacia abajo, sin percatar si quiera, su circundante conjunto de edificaciones patrimoniales.La plaza de la Catedral de La Habana, fue construida sobre el lodazal conocido como la Plaza de la Ciénaga, debido a que en ella desembocaba el Callejón del Chorro, rama de la Zanja Real, primer acueducto de La Habana, y así y para ello, se utilizaron miles de adoquines, que rellenaron en alineación perfecta, la plaza y calles aledañas.

Dicho como uno más de mis relatos, esta técnica constructiva que tiene milenios, pues en las antiguas ciudades cartagineses y romanas lo utilizaban para fortalecer sus calzadas, no tiene nada nuevo que aportar.


Entonces, ¿por qué escribo sobre una plaza adoquinada? Mi respuesta es evidente. Por la irremediable fiebre de curiosidad que caracteriza la práctica del realismo mágico.

Los adoquines son piedras grises, redondeadas, de dureza y resistencia perenne. Son piedras de origen basáltico, son rocas ígneas que provienen del enfriamiento de los magmas volcánicos y algunos meteoritos.

Repaso mis geografías, sin encontrar referencia alguna a los volcanes habaneros de la antigüedad y mucho menos a los grandes meteoritos caídos otrora sobre La Habana.

Atando cabos, tan solo tengo una hipótesis. Los enormes galeones que venían a llevarse todo cuanto fuera oro, plata o valioso en estas latitudes, contaban tan solo de tripulación y nada cargaban en sus bodegas para el intercambio. Te ahí que resultaran totalmente inestables, al navegar los las agitadas aguas del Atlántico, plagadas de tormentas y ciclones. Es entonces cuando se instaura como buena práctica, llenar con adoquines procedentes de los puertos mediterráneos, las bodegas de los enormes bergantines, que a partir de entonces adquirieron navegación segura.

Una vez en la bahía de La Habana, el primer paso era descargar las piedras, para luego reaprovisionar las bodegas. Enormes montañas de adoquines surgieron entonces aquí y allá, montañas que para mejor uso fueron a dar a las calles de la cuidad que naciente.

Interesante historia en verdad, o al menos mágica. Pena que nunca he podido comprobarla.


6 respuestas a “La historia inverosímil del adoquín habanero

  1. Qué sorpresa conocer del origen del callejón del chorro, porque en verdad no sabía la procedencia de tanta piedra de origen volcánico, será cierto lo de los barcos?? No se ha comprobado, pero nos ha llevado al pasado de una forma maravillosa. Excelente narración. Bendiciones

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  2. Qué sorpresa conocer del origen del callejón del chorro, porque en verdad no sabía la procedencia de tanta piedra de origen volcánico, será cierto lo de los barcos?? No se ha comprobado, pero nos ha llevado al pasado de una forma maravillosa. Excelente narración. Bendiciones

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