Oscar Wilde, el dandi irlandés cuya inteligencia fulgurante y mirada penetrante sobre los vicios humanos trastocaron la sociedad victoriana, parece haber nacido demasiado pronto para un siglo XXI que celebraría sus transgresiones con mayor amplitud y libertad. Si su vida —revestida de paradojas, escándalos y tragedias— hubiera tenido lugar en nuestra era, ¿qué huella habría dejado en un mundo en el que las libertades se han expandido más que nunca? En este contexto contemporáneo, donde la tolerancia, la diversidad y la autoexpresión son protagonistas del discurso social, Wilde habría emergido no solo como un ícono más brillante, sino como una figura más compleja, quizá aún, más incandescente en su desafío a las normas.
El siglo XIX, en el que Wilde vivió con ardor y efervescencia, fue un tiempo de moral estricta y normas sociales implacables que oscurecían las pasiones humanas bajo el pesado manto del decoro y el respeto aparente. Wilde, hombre de inusitada vitalidad y libertad creativa, se enfrentó a esta rigidez con una actitud irreverente y desafiante, una actitud que, lamentablemente, no encontró en su tiempo el terreno adecuado para florecer plenamente. La persecución que sufrió debido a su orientación sexual —un amor que hoy podría entenderse como la celebración misma de la belleza en todas sus formas— subraya cuán distante estaba la sociedad de aceptar la pluralidad humana en su totalidad.

Hoy, en un mundo que celebra la diversidad, las fronteras que una vez delimitaban el amor, la identidad y la expresión sexual se han desdibujado considerablemente. En el siglo XXI, con la legalización del matrimonio entre personas del mismo sexo, un avance crucial para los derechos de la comunidad LGTB+, Wilde habría experimentado un profundo sentido de satisfacción. Aunque nunca vivió para ver la aceptación plena, sus sueños de una realidad más libre de pudor y de hipocresía social serían, sin duda, alcanzados en un mundo más permisivo, donde la diversidad y la autenticidad personal no solo son aceptadas, sino celebradas.
No obstante, la orientación sexual es parte de la vida, pero no la resume. En nuestros días, Wilde sería aún más reprimido y tendría que enfrentarse a nuevos flagelos casi desconocidos en su tiempo: la censura, la represión y el encarcelamiento por disidencias políticas.
Si Oscar Wilde resucitara y pisara hoy territorio estadounidense, la escena sería, sin duda, un curioso y fascinante espectáculo de choque entre lo contemporáneo y la atemporalidad de su genio. Con su mirada afilada, su afición por el epigrama mordaz y su irreverente sentido de la estética, Wilde no solo sorprendería, sino que provocaría una serie de reacciones que oscilarían entre el asombro, la admiración y, quizá, la incomodidad.
Al principio, Wilde se sentiría desbordado por el dinamismo de la sociedad estadounidense: la agitación de sus ciudades, la vorágine de las redes sociales, la diversidad de voces y rostros, y el incesante flujo de información. La cultura del “selfie”, la hipercomercialización del arte y la estética, y la prevalencia de un discurso sobre la libertad personal que él mismo podría haber anticipado, sin duda lo dejarían tanto extasiado como desconcertado. El irlandés, conocido por su capacidad para absorber influencias y adaptarse a cualquier entorno, quizás se sumergiría en ese caleidoscopio cultural con la misma destreza con la que cruzó los salones de la aristocracia victoriana.
No cabe duda de que su aguda ironía y su estilo grandilocuente encontrarían rápidamente una plataforma para resonar. Wilde podría ser el nuevo ícono de la contracultura en las redes sociales, un twittero agudo, un “influencer” de la belleza, la transgresión y la libertad individual. ¿Qué pasaría si tuviéramos sus frases en 280 caracteres? “La belleza es lo único que nunca pasa de moda, pero la moda jamás deja de morir”, podría ser uno de sus tuits más virales, lanzado con su proverbial destreza para la parodia y la crítica social.
En cuanto a su actitud hacia el “American Dream”, Wilde no podría evitar criticar la búsqueda frenética de éxito y la idolatría del dinero, algo que consideraba una forma de vulgaridad disfrazada de virtud. Seguramente observaría la obsesión por el consumismo, la cultura del exceso y la superficialidad de las celebridades con el mismo desdén con el que señaló las contradicciones de la sociedad victoriana. No obstante, también se maravillaría de la libertad creativa que impregna la cultura estadounidense, la fascinación por la autoexpresión y el brillo de la individualidad.
En cuanto a su interacción con la comunidad LGBTQ+, Wilde se convertiría rápidamente en un referente de la lucha por la visibilidad y la autenticidad. De pie en un escenario contemporáneo, podría participar en conferencias sobre derechos civiles, y su discurso sobre la libertad sexual, la identidad de género y la aceptación de la diversidad se sentiría profundamente resonante en un país que ha experimentado tanto avances como retrocesos en esos temas. Wilde, el hombre condenado por su orientación sexual, se vería ahora como un símbolo de resistencia y valentía, mucho más allá de la persecución que sufrió en su época.
Y si Wilde visitara alguna de las universidades de renombre, probablemente desencadenaría una tormenta de debates sobre el arte, la moralidad y la estética. Las aulas vibrarían con discusiones sobre la relación entre la belleza y la verdad, temas que él abordó en su momento con tal profundidad. Algunos lo considerarían un mártir moderno, mientras que otros lo verían como un provocador nihilista cuyo arte y filosofía retan los límites de la moral convencional.
Pero también, en medio de su resurgimiento en el siglo XXI, Wilde se detendría a contemplar los vastos avances en derechos humanos y cultura, reflexionando sobre el camino recorrido, reconociendo la dualidad de la lucha. Sin duda, su amor por la belleza y la libertad seguiría siendo su bandera, pero sería un hombre profundamente consciente de las contradicciones de un mundo que sigue enfrentando las sombras del prejuicio y la discriminación.
Wilde, de resucitar en Estados Unidos, no sería simplemente un visitante. Sería una figura cultural redescubierta, un punto de reflexión y un espejo en el que la sociedad contemporánea vería sus propias contradicciones, aspiraciones y, por qué no, sus excesos. Y como siempre, al final de cualquier escenario, se retiraría con una sonrisa afilada, dejando en cada palabra una verdad irrebatible: “La vida es demasiado importante como para tomarla en serio”.
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This text is surprising. Each passage takes us back in time to when Oscar Wilde was experiencing «his misfortunes», things from his time, and at the same time, makes us face reality about the current context we live in. I also wonder how Oscar Wilde would react seeing so many taboo walls from his time being torn down, but on the other hand, others being built. We live immersed in true alienation. Congratulations for sharing this fantastic text with us. Have a great week!
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Dear friend, I was delighted with your positive comment. Our times have overcome great prejudices and taboos and have brought new ones to the surface. We live in constant contraction. That is the reason for our entry today from «Lo Real Maravilloso», a blog dedicated entirely to magical realism. Have a happy week, warm hug.
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I appreciate you posting about such a relevant topic for us. Have a great weekend, my friend! 🙏🏻🙂✨
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Thank you very much, dear friend, have a happy Sunday.
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Oscar Wilde fue un adelantado a su tiempo y si estuviera hoy sería como tú muy bien detallas. Un abrazo y gracias por compartir para aprender.
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