Geometrías de la esperanza cautiva.

Hoy nos hemos detenido ante esta escalera que asciende al cielo y, a la vez, desciende al inframundo, cruzando el espacio como si un arquitecto hubiera querido dibujar la equis de un destino incierto. Es una encrucijada suspendida sobre un fondo amarillo que podría ser sol, mostaza, oro viejo o el atardecer de un dios cansado.

La escalera diagonal nos recuerda que incluso los caminos imposibles guardan un peldaño secreto de esperanza. Dicen los sabios de Macondo que toda escalera conduce a algún lugar, pero esta parece diseñada para quienes dudan al decidir el camino y terminan caminando en diagonal, como cangrejos, o como exiliados de sí mismos. Quizá sea un símbolo de la vida en Macondávilala, donde cada paso nos lleva a otra pregunta, nunca a una respuesta.

Sin embargo, desde la mirada de los poetas, esta escalera es esperanza pura: su inclinación suave nos promete que, si hoy no podemos ascender, al menos podremos descansar en el entrepaño y mirar el horizonte sin caer al vacío. Es la escalera de la resistencia callada, de los que sueñan, tropiezan y se yerguen para volver a soñar.

Que esta imagen nos acompañe como recordatorio de que, aun cuando nuestras rutas parezcan enredadas en geometrías imposibles, el amarillo seguirá iluminando cada peldaño: porque es girasol, porque es el frenesí apasionado que Van Gogh puso en sus cuadros. Y al final —sueño despierto— hallaremos el descanso en un rellano secreto.

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