José “Pepe” Mujica: Único.

Hay hombres que llegan al poder para satisfacer su ego, otros para llenar sus bolsillos, y unos pocos —rarísimos, casi mitológicos— para vaciarse a sí mismos en servicio de los otros. José “Pepe” Mujica pertenece a esta última especie: criaturas que parecen sacadas de un realismo mágico que no escribió García Márquez, sino la historia misma, esa que a veces, como en un acto de justicia poética, nos regala un presidente con sandalias de goma, manos curtidas por la tierra y la sabiduría de los que no se dejaron domesticar por el resentimiento y la ambición.

Afortunados aquellos que la historia les regala un presidente con sandalias de goma, manos curtidas por la tierra y la sabiduría de los que no se dejaron domesticar por el resentimiento y la ambición.

Nació en 1935 y murió en mayo de 2025, sin haber dejado nunca de ser campesino, guerrillero, preso y presidente. Todo al mismo tiempo, como si su vida hubiera sido escrita con el pincel de un surrealista y la pluma de un cronista de Macondo. Fue el rostro visible de una ética sin corbata, un líder que hablaba de la felicidad mientras sembraba flores, y que combatió a la dictadura desde las entrañas del silencio: catorce años de prisión que no lo endurecieron, sino que lo moldearon en esa extraña alquimia que convierte el sufrimiento en lucidez.

Vivía en una chacra modesta junto a su compañera de siempre, Lucía Topolansky, rodeado de perros callejeros, libros con olor a humedad y utopías sin fecha de caducidad. Rechazaba el boato presidencial como quien rechaza una mentira educadamente. Donaba gran parte de su salario, andaba en un viejo Volkswagen Escarabajo y no tenía asesores de imagen, sino ideas claras. Y en un continente adicto a la pompa y al aplauso fácil, Mujica eligió el camino más subversivo: ser coherente.

Sus palabras, muchas veces improvisadas y otras tantas lapidarias, podrían llenar un catecismo laico para generaciones futuras:

“Pobres no son los que tienen poco, son los que quieren mucho”.
“No soy pobre, soy sobrio, liviano de equipaje”.
“Si no puedes ser feliz con pocas cosas, no vas a ser feliz con muchas”.
“La política no es el arte de engañar, sino de servir a los demás”.

Era, en suma, un filósofo en botas de goma. Hablaba con la misma naturalidad del sentido de la vida que de la necesidad de legalizar la marihuana para arrebatarle terreno al narco: “No es bonito legalizarla, pero peor es regalar gente al narco. La única adicción saludable es la del amor”. Con ese tono campechano que confundía a los arrogantes y encantaba a los lúcidos, supo unir en su figura la ternura de un abuelo con la tenacidad de un combatiente.

En el fondo, Mujica fue un estorbo para el sistema, no por ser radical, sino por ser demasiado honesto. Su sobriedad era un insulto para el consumo ostentoso; su paz interior, una bofetada a las vanidades modernas. Mientras otros diseñaban campañas de imagen, él decía cosas como: “Arrasamos las selvas verdaderas e implantamos selvas anónimas de cemento”, dejando claro que el progreso sin alma es apenas una ruina en cámara lenta.

Pero no fue un santo ni pretendió serlo. Sus exabruptos, su estilo desaliñado, sus decisiones polémicas y su terquedad ideológica provocaron críticas en todos los frentes. Como todo ser humano completo, tuvo contradicciones, dudas, errores. No aspiraba a la perfección, sino a la honestidad, que es una forma más elevada de la verdad.

Murió como vivió: sin escándalos, sin pompa, agradecido con la vida. “Y al fin y al cabo, que me quiten lo bailao”, dijo en 2024 cuando anunció que el cáncer de esófago le había tocado la puerta. No quiso vivir de nostalgias, sino de porvenir, porque incluso en su ocaso siguió soñando con una humanidad más justa. “Pertenezco a una generación que quiso cambiar el mundo. Fui aplastado, derrotado, pulverizado, pero sigo soñando”.

¿Y cómo no creerle?

A los líderes que se les puede llorar con dignidad se les recuerda con alegría. Mujica no deja un mausoleo, sino una semilla, una forma de estar en el mundo: con sencillez, coraje y ternura. Fue una anomalía hermosa en un mundo de máscaras, un hombre que no necesitó disfrazarse de héroe para serlo. Un Quijote sin Rocinante, un profeta con tierra en las uñas, un sabio que nunca dejó de sembrar en los surcos de la historia.

Y en este tiempo de algoritmos sin alma y presidentes de cartón piedra, su figura, más que una ausencia, será un faro. Porque, al fin y al cabo, como él mismo dijo, lo imposible solo cuesta un poco más.

#LoRealMaravilloso

#PeriodismoCrítico

/www.volfredo.com/


15 respuestas a “José “Pepe” Mujica: Único.

Deja un comentario