“David, el coloso de Miguel Ángel que escandaliza a los puritanos”.  

Imagina un titán de mármol, erguido a más de cinco metros en el corazón palpitante de Florencia. Sus venas parecen susurrar bajo la piedra, sus ojos taladran un horizonte que solo él ve, y su cuerpo, desnudo y vibrante, está al borde de desafiar el tiempo mismo. Este es el “David” de Miguel Ángel, tallado entre 1501 y 1504, una obra que no solo fracturó las reglas del Renacimiento, sino que sigue haciendo enrojecer a los puritanos, desde los clérigos de antaño hasta los censores de nuestro tiempo.  

¿Qué tiene esta figura que enciende pasiones y provoca susurros? ¿Por qué su piel de mármol, tan al descubierto, sigue siendo un relámpago que atraviesa siglos?  

En el Renacimiento, el arte era un eco de la antigüedad, un canto a las proporciones perfectas de los dioses grecorromanos. Los escultores soñaban con cuerpos que danzaran en una armonía ideal, casi intocables, envueltos en una calma celestial. Pero Miguel Ángel no quería ecos ni calma: quería rugir. Cuando dio vida al “David”, dejó atrás la suavidad de un Donatello o la elegancia de un Ghiberti. Su “David” no es un héroe de ensueño; es carne petrificada, con músculos que se tensan como cuerdas de un arco, venas que palpitan bajo la superficie y una mirada que corta el aliento. Esa desnudez, tan cruda, tan insolente, fue un desafío que estremeció el arte de su tiempo. No era solo un cuerpo; era un manifiesto, un grito tallado en mármol que decía: “Mirad lo que somos, lo que podemos ser”.  

Esa audacia de Miguel Ángel significó una ruptura que, a lo largo de los siglos, ha generado apasionadas polémicas, no solo por el desnudo de la piel, sino por el del alma.  

En el corazón del humanismo renacentista, el cuerpo era el espejo de Dios, la prueba de que lo humano era divino. Mientras otros artistas cubrían a sus héroes con paños o los pulían hasta la idealización, Miguel Ángel dejó a “David” al descubierto, sin adornos, como un desafío a las convenciones. Su escala colosal —más de cinco metros de pura osadía— transformó un bloque de mármol dañado en una proeza técnica que aún asombra. La postura en “contrapposto”, con el peso en una pierna, no es solo elegante; es un instante congelado, el momento antes de que “David” frente a Goliat, cargado de tensión y promesa. Exhibirlo en la Piazza della Signoria, el epicentro político de Florencia, fue un acto de provocación, una declaración de que el hombre podía ser grande, vulnerable, glorioso. Pero esa verdad sin filtros, esa piel expuesta al mundo, también haría temblar a los puritanos de todas las eras.  

Contrapposto «contraposto» o «contrapeso»; es la técnica utilizada en el “David”, donde la figura humana se representa con el peso del cuerpo apoyado principalmente en una pierna, lo que crea un equilibrio asimétrico y una línea de contorno más dinámica y natural. La cadera y los hombros se inclinan en direcciones opuestas. La pierna que soporta el peso está recta, mientras que la otra está relajada, generando una sensación de movimiento y vitalidad.

Cuando el “David” llegó a la plaza en 1504, Florencia se detuvo, como si el tiempo mismo contuviera el aliento. La ciudad, un torbellino de ideas, artistas y luchas políticas, vio en ese joven desnudo algo más que mármol: vio su propia alma. “David”, el pastor que venció al gigante, era Florencia, una república pequeña pero indomable, desafiando a los Estados Pontificios y a las potencias extranjeras. Los florentinos, que vivían el arte como quien respira, se rindieron ante la genialidad de Miguel Ángel. Cada vena, cada músculo, era un milagro esculpido, un himno a la grandeza humana. Las crónicas de la época hablan de un pueblo que reconoció en esa figura su orgullo, su fuerza, su fuego. Un comité de artistas, con nombres como Leonardo da Vinci, decidió que el “David” debía reinar en la plaza, desnudo y soberbio, un faro de mármol para una ciudad que soñaba en grande.  

Pero no todos aplaudieron. En una Florencia aún marcada por las prédicas de Savonarola, que había condenado la vanidad y quemado libros una década antes, algunos fruncieron el ceño ante esa desnudez tan descarada. ¿Era heroísmo o un escándalo que desafiaba la decencia? Para apaciguar a los beatos, alguien colocó una hoja de higuera de bronce sobre los genitales del “David”, un gesto tímido que aparecía y desaparecía, según la ocasión, como un velo que nunca se atrevía a quedarse. Hubo incluso un instante de discordia: jóvenes arrojaron piedras mientras la escultura era trasladada, tal vez por rencillas políticas o por el impacto de un cuerpo tan al descubierto. Pero el amor venció. Florencia abrazó a su coloso, aunque con un leve rubor en las mejillas, y el “David” se convirtió en su estandarte, un desafío tallado en piedra que nadie podía ignorar.  

Existe una incoherencia: el David aparentemente no está circuncidado a pesar de ser judío, lo que contradiría la ley judaica. Esta aparente incoherencia ha sido justificada por algunos críticos e historiadores por la visión que tenía el arte renacentista del ser humano, menos ligado a la religión y más a los valores de la belleza.

Décadas después, el aire se volvió más pesado. La Contrarreforma, nacida del Concilio de Trento (1545-1563), trajo una moral que quería cubrirlo todo. La Iglesia, en guerra contra el protestantismo, exigía un arte puro, piadoso, que no despertara deseos terrenales. De repente, la desnudez del “David”, que había sido un canto a la creación divina, se volvió sospechosa. ¿Cómo podía un cuerpo tan humano, tan sensual, estar en una plaza pública, a la vista de mujeres, niños y clérigos? Los puritanos de la época alzaron la voz, y las hojas de higuera volvieron, esta vez no solo por decoro, sino por mandato. Durante eventos religiosos o visitas de dignatarios, se cubrieron los genitales con paños o adornos temporales, como si la piel de mármol pudiera ofender al cielo. La Contrarreforma no despreciaba el arte, pero lo quería domesticado. Obras como el «Juicio Final» de Miguel Ángel, con sus cuerpos desnudos danzando en la Capilla Sixtina, fueron tachadas de escandalosas, y el “David” no escapó del escrutinio. Sin embargo, Florencia, celosa de su tesoro, resistió. Las cubiertas eran esporádicas, un guiño a los censores que nunca logró apagar la verdad de la obra. La desnudez del “David” sobrevivió, un recordatorio de que el arte puede ser más fuerte que las tijeras de la moral.  

A lo largo de los siglos, esa piel de mármol ha enfrentado nuevos desafíos, como si su verdad fuera un imán para los puritanos de cada era. En el siglo XVI, las hojas de higuera de la Contrarreforma marcaron los primeros intentos de cubrirlo. En el siglo XIX, la moral victoriana apretó las riendas: cuando una réplica del “David” llegó a Londres en 1857, le colocaron una hoja de higuera de yeso, desmontable para las visitas de la reina Victoria, como si un cuerpo de piedra pudiera sonrojar a la realeza. En 1873, cuando el original fue trasladado a la Galería de la Academia para protegerlo del tiempo, algunos volvieron a murmurar sobre su desnudez, aunque la obra ya era intocable, un ícono universal.  

En el siglo XX, la historia se repitió. En 1939, una réplica en Nueva York fue “vestida” con una hoja de higuera para no ofender al público estadounidense, y en libros y postales, los genitales del “David” fueron difuminados, como si un trazo pudiera borrar su esencia. Durante el siglo XXI, la censura ha tomado formas nuevas. En 2023, una escuela en Florida tildó de “inapropiada” una imagen del “David”, desatando un debate que suena a eco de siglos pasados. En redes sociales, los algoritmos a veces pixelan su cuerpo, y en países con normas estrictas, como en Asia o Medio Oriente, las réplicas se cubren con paños. Suman más de diez los intentos documentados de cubrir la desnudez del “David”.  

Porque el “David” no es solo una escultura; es un espejo. En su cuerpo, vemos nuestra propia lucha: la admiración por la belleza y el miedo a su poder, el deseo de crear y la tentación de controlar. Cada hoja de higuera, cada paño, es un intento de domesticar lo que Miguel Ángel dejó al descubierto: que somos frágiles, gloriosos, contradictorios. Su desnudez no es solo un desafío estético, sino una pregunta que resuena en cada siglo: ¿Podemos aceptar lo humano en toda su verdad?  

Hoy, mientras el “David” nos observa desde la Galería de la Academia, nos invita a despojarnos de prejuicios. En un mundo de censuras digitales y debates encendidos, su silencio es un desafío. Nos recuerda que el arte no se doblega, que un cuerpo de piedra puede ser más libre que nosotros.  

Leer más en:

#LoRealMaravilloso

#PeriodismoCrítico

#ReligiónyMagia

/www.volfredo.com/


7 respuestas a ““David, el coloso de Miguel Ángel que escandaliza a los puritanos”.  

Replica a marylia4 Cancelar la respuesta