El realismo mágico de las imágenes de René Magritte.

El arte tiene la capacidad de transformar lo ordinario en extraordinario, de revelar lo insospechado en lo cotidiano. Pocas figuras han logrado este cometido con la maestría de René Magritte, el pintor belga que desafía la lógica con serenidad inusual. Si bien, su estilo se inscribe dentro del surrealismo, su obra establece un diálogo innegable con el realismo mágico, corriente literaria que, como su arte, borra los límites entre lo real y lo maravilloso sin necesidad de abandonar la apariencia de normalidad.

A diferencia de Salvador Dalí o Joan Miró, quienes calaron hondo en los abismos del subconsciente mediante imágenes fantásticas y distorsionadas, Magritte optó por una estrategia distinta: representar con fidelidad lo real para subvertirlo desde adentro. Su obra es una traición dulce a la percepción: lo que impresiona familiar se revela absurdo, y lo que debiera ser evidente se convierte en un enigma.

Los escritores del realismo mágico, como Gabriel García Márquez o Alejo Carpentier, juegan con la idea de la percepción subjetiva de la realidad. En Cien años de soledad, la lluvia cae durante cuatro años seguidos sin que esto altere la lógica interna del relato. En El reino de este mundo, la historia de Haití se narra con un velo de prodigios que nunca son cuestionados. Magritte, con su pintura, ejecuta un truco similar: presenta lo insólito sin dramatismos, como si formara parte natural de nuestro campo visual.

Cuadros como La traición de las imágenes (1929), donde una pipa es acompañada por la frase “Ceci n’est pas une pipe” (Esto no es una pipa), ponen en crisis la relación entre imagen y lenguaje. Magritte, al igual que los escritores del realismo mágico, nos recuerda que la realidad no es un ente unívoco y que su comprensión está mediada por signos arbitrarios que configuran palabras.

“La traición de las imágenes” (1928–1929); famosa por su inscripción Ceci n’est pas une pipe, que significa «Esto no es una pipa».

El estilo de Magritte, también llamado “realismo mágico”; investiga las ambiguas relaciones entre palabras, imágenes y los objetos que estas denotan. Ejemplo magistral de ello lo encontramos en “La traición de las imágenes”, donde pinta meticulosamente una pipa, y debajo, con igual precisión, pone la leyenda Ceci n’est pas une pipe (Esto no es una pipa), cuestionando la realidad pictórica.

En las pinturas de Magritte es habitual observar juegos de duplicaciones, ausencias y representaciones dentro de representaciones. Manipulaba imágenes cotidianas como un juego con el que explorar los límites de la percepción. Más que las disquisiciones teóricas y el automatismo de los surrealistas del grupo de París, a Magritte le interesan la ironía, la subversión de los valores ópticos de la pintura tradicional y los juegos de palabras. Sus cuadros, por lo general, carecen de la complejidad, el dramatismo o la apariencia convulsa de otras obras surrealistas, y presentan a menudo guiños o referencias a la pintura tradicional.


Si algo define al realismo mágico es su capacidad de insertar lo extraordinario en lo cotidiano sin que el equilibrio narrativo se altere. No se trata de lo fantástico, que irrumpe en la realidad con violencia, sino de una convivencia armónica entre lo insólito y lo real. Magritte opera bajo la misma lógica. En El hijo del hombre (1964), la figura de un hombre de traje y bombín se presenta con una manzana flotando frente a su rostro. La escena no está alterada por ningún gesto de sorpresa, como si la anomalía fuera parte intrínseca del mundo retratado. Esta tranquilidad ante lo imposible es un rasgo esencial del realismo mágico y un punto de conexión con la pintura de Magritte.

«El Hijo del Hombre» es una pintura de René Magritte creada en 1964. La obra representa a un hombre con un sombrero de bombín y un traje gris, cuya cara está parcialmente oculta detrás de una manzana verde, lo que genera un aire de misterio y reflexión sobre la identidad. La manzana puede simbolizar el pecado y la tentación, evocando referencias bíblicas, mientras que el título se relaciona con la figura de Cristo. Esta pintura es un ejemplo icónico del surrealismo de Magritte, que mezcla lo ordinario con lo absurdo.

Pero el mundo de Magritte contiene siempre al misterioso hombre invisible con bombín y abrigo negro solo o en grupos, como en Golconda (1953), donde una multitud de ellos desciende sobre la ciudad».

Golconda (en francés: Golconde) es un óleo sobre lienzo del artista surrealista belga René Magritte, pintado en el año 1953. Suele estar expuesto en la colección privada del mecenas y empresario estadounidense John de Menil, en Houston (Texas).

Magritte sentía fascinación por la seducción de las imágenes. En general, ves una imagen de algo y crees en ella, eres seducido; das por hecho que se trata de algo honesto. Pero Magritte sabía que las representaciones pueden mentir. Estas imágenes de hombres no son hombres, sólo representaciones, así que no tienen que seguir ninguna regla. Se trata de una pintura divertida, pero que también nos hace ser conscientes de la falsedad de la representación.


El impacto de Magritte trasciende el surrealismo y llega hasta la plástica contemporánea. Su capacidad de subvertir la realidad desde lo cotidiano se ha convertido en un recurso fundamental en el arte conceptual y en la ilustración moderna. Sus juegos con la imagen y el lenguaje han inspirado a generaciones de creadores que buscan desafiar la percepción y expandir los límites de lo visible.

Por otro lado, su relación con el realismo mágico es evidente en la manera en que artistas latinoamericanos como Fernando Botero han reinterpretado su legado. Si Magritte jugaba con la ilusión y la contradicción, Botero magnifica las formas con una calma parecida, haciendo que sus personajes obesos adquieran un aura mística dentro de un entorno perfectamente reconocible. Ambos crean mundos donde lo insólito no es una irrupción, sino una condición inherente.

Si el realismo mágico es la confirmación de que la realidad está cargada de asombro, Magritte es su equivalente en la pintura. Su meticulosa técnica figurativa, combinada con su capacidad para desafiar la lógica del espectador, lo convierten en un eslabón pictórico dentro de esta corriente. Así como los escritores del realismo mágico nos invitan a aceptar lo insólito sin perdernos en el desconcierto, Magritte nos enseña a mirar más allá de lo evidente y a descubrir que la verdadera magia está en nuestra forma de percibir el mundo.

Desde su caballete, el pintor belga nos recuerda que la realidad es solo un acuerdo entre nuestra mente y nuestros sentidos, un pacto frágil que puede desmoronarse ante el menor gesto de rebeldía artística. Y en esa rebeldía, en ese misterio calculado, encontramos la esencia misma del realismo mágico en la pintura. Magritte, al final, no solo nos muestra lo que vemos, sino lo que podría ser si nos atrevemos a mirar de otra manera.

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6 respuestas a “El realismo mágico de las imágenes de René Magritte.

  1. Ya hemos comentado en algunas de tus entradas a este gran pintor que una de sus frases frase indica lo que tú nos cuentas maravillosamente en esta entrada: «Todo lo que vemos esconde otra cosa, siempre queremos ver lo que está oculto tras lo que vemos». Realismo mágico. Un abrazo, querido amigo.

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    1. Por cierto, querida Marylia, ahora observo la enorme influencia de Magritte en la fotografía digital, donde hoy resulta fácil establecer un vínculo artístico mediante la edición y manipulación de las imágenes y el surrealismo magrittiano. Mundo mágico el nuestro, con mucho arte por explorar. Te contaré más en breve; estoy escribiendo sobre ello. Feliz noche y cordial abrazo.

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