La trágica vida de Isadora Duncan, vista desde la ortopedia cubana.

La asignatura Ortopedia y Traumatología se impartía en el cuarto año de la carrera de medicina durante la década de los 70 del pasado siglo. Una figura centraba su impartición en toda la Universidad de Ciencias Médicas de La Habana, el doctor Julio Martínez Páez, paradigma indiscutible para muchas generaciones de médicos por más de 40 años.

En mis años de estudiante de medicina, se hablaba constantemente y con admiración de aquel icónico profesor que era la fiel imagen, de la abnegación de un médico amante de su profesión. A pesar de sus responsabilidades sociopolíticas, ofrecía consulta, cumplía rigurosamente con su exhaustivo turno quirúrgico cuatro días a la semana, y realizaba pase de visita diario a sus pacientes.

Hombre de carácter firme, científico audaz y persistente, lideró el desarrollo de la especialidad ortopédica en el país, contribuyendo a la formación de todos y cada uno de los especialistas de Ortopedia del país, escribiendo de puño y letra, los tres valiosos tomos que en aquel entonces recogían las valiosas experiencias de la medina ortopédica cubana. Fue profesor activo y médico en ejercicio, un reformador de la docencia médica, protector de estudiantes, y promotor de la enseñanza de las artes vinculadas al humanismo intrínseco de la medicina integral.

Era un lunes del año 1977 y la conferencia de ortopedia estaba programada para las 10 am. Con media hora de antelación, el anfiteatro estaba colmado de estudiantes ansiosos por presenciar una de las conferencias magistrales del profesor Martínez Páez. Todos de antemano conocías que iba a ser un desborde de erudición y cultura médica y general.

Faltando tres minutos para las 10, hizo su entrada el ansiosamente esperado profesor en el gigantesco anfiteatro, y de inmediato el auditorio en pleno hizo silencio y se puso de pie, yo diría sin exagerar, que el auditorio se puso en atención militar, firme y con todas las miradas al frente.

  • Buenos días, pueden sentarse.

Sin más preámbulos desplegó un surtido conjunto de tizas de color y borradores a un costado de la pizarra, mientras escribía en su centro con letra impecable el Título de la Conferencia: Fracturas de la columna cervical.

De inmediato, con los ojos de más de cien estudiantes puestos sobre él; comenzó la conferencia con las siguientes palabras:

– Isadora Duncan fue una bailarina y coreógrafa estadounidense, considerada por muchos como la creadora de la danza moderna…

Madre (Isadora Duncan, 1923). Vals de Chopin interpretado por Abra Cohen.

Ángela Isidora Duncan, hija de inmigrantes irlandeses, nació en San Francisco, 27 de mayo de 1877 y murió en Niza, 14 de septiembre de 1927, en un trágico accidente que aún se recuerda en la memoria histórica del arte universal.

En su autobiografía, titulada “Mi vida”, escribió: «Nací a la orilla del mar. Mi primera idea del movimiento y de la danza me ha venido seguramente del ritmo de las olas…». A los once años abandonó la escuela para dedicarse a su pasión y a los diecisiete se dirigió a Nueva York.

De acuerdo con sus biógrafos, Isadora era una niña solitaria y retraída que solía jugar en la playa mientras observaba el mar. Su fascinación por el movimiento de las olas sería el germen de su arte en los años posteriores. De niña Isadora imaginaba movimientos de manos y pies, inspirada por las olas de la bahía de San Francisco, y luego dieron origen a su peculiar estilo en la Danza.

En los albores del siglo, Isadora convence a su madre y a su hermana para que la familia emigre a Europa. Las Duncan parten en 1900 y se asientan primero en Londres y posteriormente en París.

Durante su etapa en Londres, Isadora, siempre inquieta y autodidacta, pasa largas horas en el Museo Británico. Le fascinan las expresiones artísticas de la antigua Grecia, de las que toma formas, que serán luego características de su danza. Es en esta época cuando comienza a consolidarse el estilo único de la excelsa bailarina; una danza muy alejada de los patrones clásicos conocidos hasta entonces.

Isadora era plenamente consciente de que su estilo suponía una ruptura radical con la danza clásica. Al mismo tiempo que su novedoso modo de interpretar la danza iba consolidando, estudiaba en profundidad la literatura e imágenes del arte griego, a través de los museos, particularmente el Louvre de París, la National Gallery de Londres y el Museo Rodin.

Los temas de las danzas de Isadora eran neoclásicos, relacionados con la muerte o el dolor, en oposición a los argumentos de la danza precedente conocida hasta entonces, que giraban en torno a héroes, duendes y trasgos.

Su puesta en escena era también revolucionaria, y en cierto sentido minimalista: apenas algunos tejidos de color azul celeste en lugar de los aparatosos decorados de los montajes conocidos hasta entonces y una túnica vaporosa que dejaba adivinar el cuerpo y entrever las piernas desnudas y los pies descalzos, frente a los vestidos de tutú, zapatillas de punta y medias rosadas de rigor en el ballet clásico. Isadora bailaba sin maquillaje y con el cabello suelto, mientras que lo habitual en aquella época era maquillarse a conciencia y recogerse el pelo en un moño o rodete.

Sus interpretaciones eran una original recreación de las danzas de la Grecia clásica. Según José Subirá: «Todos cuantos la habían visto danzar recordaban siempre con emoción sus versiones coreográficas, en cuyo repertorio figuraban Redención de César Franck, Poema del éxtasis de Scriabin, la Marcha fúnebre de Chopin, la Muerte de Adonis de Schubert y la Muerte de Isolda de Wagner».

En el año 1913 sufre un golpe atroz: la muerte de sus dos hijos Deirdre y Patrick, los cuales se ahogaron en un accidente en el río Sena en París, en 1913, al caer al agua el automóvil en el que viajaban junto a su niñera. Este hecho alteró su vida de una manera definitiva. Las extravagancias de Isadora, que incluían una despreocupación completa por el dinero, se volvieron más acusadas y lo mismo ocurrió con su desinterés por las convenciones sociales.

Isadora Duncan junto al poeta ruso Serguéi Esenin.

Isadora Duncan tuvo una vida íntima tan poco convencional como la expresión de su arte, y vivió siempre al margen de la moral y las costumbres tradicionales. Se casó ya en la madurez con el poeta ruso Serguéi Esenin, diecisiete años más joven que ella. Esenin la acompañó en un viaje por Europa, pero el carácter violento de este y su adicción al alcohol dio al traste con el matrimonio. Al año siguiente, Esenin regresó a Moscú, donde sufrió una profunda crisis a raíz de la cual fue ingresado en una institución mental. Se suicidó poco tiempo después, el 28 de diciembre de 1925.

Se conocen además sus relaciones íntimas poco convencionales con Jules Grandjouan, Mercedes de Acosta, André Caplet, Paris Singer y Edward Gordon Craig.

Isadora eligió ser madre soltera, y tuvo dos hijos. Aunque no quiso revelar el nombre de los padres, se sabe que fueron del diseñador teatral Gordon Craig y de Paris Singer, hijo del magnate de las máquinas de coser Isaac Merritt Singer. La vida privada de Isadora no estuvo nunca exenta de escándalos, ni tampoco de tragedias.

Hacia el final de su vida, la carrera de Isadora había empezado a declinar. Fueron para ella tiempos de serios problemas financieros y diversos escándalos sentimentales, acompañados por algunos episodios de embriaguez pública. Todo esto la fue alejando de sus amigos y su público, y finalmente de su propio arte. Isadora vivió sus años finales entre París y la costa del Mediterráneo.

Las trágicas circunstancias que rodean la muerte de Isadora Duncan han contribuido sobremanera a la consolidación del mito, y están envueltas en cierto misterio que la historia no ha conseguido despejar por completo.

Isadora Duncan. Niza (Francia), la noche del 14 de septiembre de 1927.

Isadora Duncan murió en un accidente de automóvil acaecido en Niza (Francia), la noche del 14 de septiembre de 1927, a la edad de cincuenta años. Murió estrangulada y con una vértebra de la columna cervical fracturada, por la larga chalina que llevaba alrededor de su cuello, cuando esta se enredó en la llanta del automóvil en que viajaba.

Isadora viajaba en el asiento del copiloto. Antes de subir al vehículo, profirió sus últimas palabras pretendidamente recordadas por su amiga Maria Desti «Je vais à l’amour» («Me voy al amor»). Cuando el piloto de auto de carreras Falchetto puso en marcha el vehículo, la delicada chalina de la Duncan, una estola pintada a mano suficientemente larga como para envolver su cuello y su talle y ondear por fuera del automóvil, se enredó entre la llanta de radios y el eje trasero del coche, haciéndola salir despedida y luego arrastrada, provocándole la muerte inmediata por estrangulamiento y fracturas cervicales.

En el obituario publicado en el diario New York Times el 15 de septiembre de 1927 podía leerse lo siguiente: «El automóvil iba a toda velocidad cuando la estola de fuerte seda que ceñía su cuello empezó a enrollarse alrededor de la rueda, arrastrando a la señora Duncan con una fuerza terrible, lo que provocó que saliese despedida por un costado del vehículo y se precipitase sobre la calzada de adoquines. Así fue arrastrada varias decenas de metros antes de que el conductor, alertado por los gritos, consiguiese detener el automóvil. Se obtuvo auxilio médico, pero se constató que Isadora Duncan había fallecido de forma casi instantánea».


He narrado de forma profusa y emotiva la vida de Isadora y casi olvido que estoy sentado, 50 años atrás, en el anfiteatro del mayor hospital ortopédico de la ciudad de La Habana, escuchando al profesor Martínez Páez impartir una conferencia sobre fracturas de la columna cervical, mientras dibujaba con tizas de colores cada vertebra en la pizarra. Al tiempo y sin dejar de prestarle atención, me prometía leer tan pronto pudiese la biografía de la enigmática bailarina, como luego hice a lo largo de los años en más de una ocasión.

Sirva este recordatorio de homenaje y distinción, a los abnegados profesionales de la medicina que han conformado, desde el Dr. Carlos Juan Finlay y Barrés hasta hoy, el claustro de profesores de la Universidad de Ciencias Médica de Cuba.

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16 respuestas a “La trágica vida de Isadora Duncan, vista desde la ortopedia cubana.

  1. Excepcional regalo de Domingo, mejor, ni pensarlo. Agradezco recibir el producto, de tanto, esfuerzo en la investigación, para conformar este interesante artículo y poder leerlo, tempranito . Muchas Gracias, Amigo/ Vecino, recibe un fuerte abrazo.

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    1. Querido vecino amigo, cuanto me alegra te hayan gustado mis recuerdos de estudiante, y de ese insigne profesor, Martínez Páez, que tanto aportó a la medicina cubana. El trágico final de Isadora Duncan sirvió de motivación a la conferencia de fracturas de las vértebras cervicales, hace ya 50 años. Recordar es volver a vivir. Un cordial abrazo y feliz domingo.

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  2. Como siempre, querido Volfredo, eres capaz de integrar vivencias personales con una pleyade de interesantes acotaciones sobre personalidades (el Profesor Martinez Paez, ejemplo de erudicion y laboriosidad) o arte en su gran diapason expresivo… ya te he comentado anteriormente que eres «adictivo» y me desvio agradablemente a leer tu blog como fuente de energia… gracias!

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    1. Estimado profesor y amigo, que gusto recibir sus comentarios, ellos me energizan. En el post de hoy, quería reconocer la meritoria figura del profesor Martínez Páez recordándole en una de sus conferencias magistrales (distante ya 50 años), y dejar caer a la vez, una gota de arte al contar la vida de Isadora Duncan, creadora de la danza moderna tal y como la conocemos hoy. Aprovecho para desearle un feliz domingo y hacerle llegar un cordial abrazo.

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  3. Muy interesante, gracias profesor por acercarnos a la vida de una gran estrella internacional, gracias por transmitir cultura ligada a las ciencias médicas, gracias por ser un emblema de lo que debe ser educar, a todo lo largo del sentido de la palabra, que hoy en día muchos confunden con instruir.

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