Atrapados en la mente (1).

La idea la tomé de mi estimado amigo Verona Bonce, él me presentó sin percatarse de ello a Mirza Patricia Mendoza Cerna (Lima – 1985) desde su portal, al mostrarme un cuento de terror que me llega como anillo al dedo, y lo tomo para nosotros.

«Atrapados en los laberintos de la mente y el desconocido mundo de las sombras y las voces,

viven los esquizofrénicos».

«Ellos» (cuento de terror)

  • Debes engañarlos (decía mi madre).
  • “Ellos algún día vendrán por ti, así como lo hicieron con tus hermanos menores”.

Yo apenas los había conocido, empezaban a caminar y desaparecían misteriosamente.

  • Mamá, ¿Dónde está mi hermanito?
  • ¡Shh!, silencio, ellos se los llevaron.

Era tanto mi pavor y el miedo a que ellos me llevasen que obedecía todo lo que decía mi madre sin chistar. Era cotidiano verla hablándole a la pared o suplicando a la ventana.

Había noches donde me exigía que durmiera bajo mi cama o que esté horas encerrado en el clóset.

Por días me daba de comer solo arroz y otros tantos se iba de casa, dejando sólo manzanas para soportar el hambre.

  • Ponte esta máscara (me dijo aquel día).
  • Así, ellos no sabrán quién eres tú. Y yo accedí.

Al rato, escuché sus llantos acostumbrados.

  • No se lo lleven, no se lo lleven, a él no.

Yo me sentía protegido por la máscara, así que me quedé inmóvil sabiendo que mi madre me estaba protegiendo.

Dejé de escuchar su voz y me preocupé. Lentamente la busqué por toda la casa hasta que la encontré tirada en el jardín con un cuchillo en sus manos, totalmente desangrada.

La sirena de la ambulancia sonaba a lo lejos.

Con los años, entendí que mi madre me protegía de ella misma.

Debajo de ese jardín, estaban enterrados los huesos de mis pequeños hermanos que no pudieron escapar de su esquizofrenia.

Autora: Mirza Patricia Mendoza Cerna.


El oscuro origen de la colección de cerebros de pacientes psiquiátricos de Dinamarca.

Por años, había sido insinuado. Se rumoreaba, se intercambiaban historias. No era un secreto, pero tampoco se hablaba abiertamente de ello, lo que contribuía a crear una leyenda, demasiado increíble para creerla.

Sin embargo, los que conocían la verdad querían que se divulgara. Cuéntale a todo el mundo la historia, decían, sobre los cerebros almacenados en el sótano.

Un secreto de familia

Søgaard no sabía mucho, salvo que se hablaban es susurros al referirse a algunos de los antepasados de la familia que parecían existir únicamente, en una fotografía en la pared de la casa de sus abuelos en Dinamarca.

La niña de la foto se llamaba Kirsten. Era la hermana menor de su abuela Inger.

De niña Søgaard recordaba que miraba a la niña de la fotografía y pensaba: ¿Quién es?, ¿Qué pasó?, convencida de que había una historia de terror encerrada allí.

Al llegar a la edad adulta, Søgaard siguió preguntándose. Un día, en 2020, fue a visitar a su abuela, de 90 años en su residencia de Haderslev, Dinamarca. Después de todo ese tiempo, finalmente le preguntó por Kirsten, la misteriosa niña de la foto de la que siempre se hablaba en susurro. Como si Inger hubiese estado esperando la pregunta, las compuertas se abrieron, y salió una historia que Søgaard no esperaba.

Kirsten y su hermana Inger al centro. Fotografía familiar tomada en 1943.

Kirsten Abildtrup nació el 24 de mayo de 1927, la menor de cinco hermanos incluida su hermana Inger. De niña, Inger recuerda que Kirsten era tranquila e inteligente, y que las dos hermanas tenían una relación muy cercana. Luego, cuando Kirsten cumplió 14 años, algo empezó a cambiar.

Kirsten experimentaba arrebatos y ataques de llanto prolongados. Inger le preguntaba a su madre si era culpa suya, y a menudo se sentía triste y compartía el llanto, porque las dos niñas eran muy unidas.

«En Navidad, se suponía que iban a visitar a unos familiares», «pero mi bisabuela y mi padre se quedaron en casa y enviaron a todos sus hijos excepto a Kirsten». Cuando volvieron de la visita familiar, Kirsten había desaparecido. Fue la primera de muchas hospitalizaciones, y el comienzo de un largo y doloroso viaje que acabaría con su muerte.

Kirsten fue hospitalizada por primera vez hacia el final de la Segunda Guerra Mundial, cuando Dinamarca y el resto de Europa estaban por firmar la paz. Como tantos otros lugares, Dinamarca también luchaba contra las enfermedades mentales. Se habían construido instituciones psiquiátricas por todo el país para atender a los pacientes, muchos de ellos afectados por el horror de la guerra.

Paciente para la terapia de electroshock en el Hospital Psiquiátrico Augustenborg, Dinamarca, 1943. Crédito: A E Andersen/Ritzau Scanpix/AP

Pero la comprensión de lo que ocurría en el cerebro era limitada. El mismo año en que la paz llegó a las puertas de Dinamarca, dos médicos que trabajaban en el país tuvieron una idea. Cuando estos pacientes morían en los hospitales psiquiátricos, se realizaban autopsias de forma rutinaria. ¿Y si, pensaron estos médicos, se extrajeran los cerebros… y se conservaran?

Thomas Erslev, historiador de la ciencia médica y asesor de investigación de la Universidad de Aarhus, calcula que la mitad de los pacientes psiquiátricos de Dinamarca que murieron entre 1945 y 1982 aportaron sus cerebros, sin saberlo y sin su consentimiento. Fueron a parar a lo que se conoció como el Instituto de Patología Cerebral, vinculado al Hospital Psiquiátrico Risskov de Aarhus, Dinamarca.

Los doctores Erik Stromgren y Larus Einarson fueron los artífices de la colección. Después de unos cinco años, dijo Erslev, el patólogo Knud Aage Lorentzen se hizo cargo del instituto, y pasó las siguientes tres décadas construyendo la colección.

El Dr. Larus Einarson, que aparece aquí dando una clase, fue uno de los cofundadores de la colección de cerebros del Instituto de Patología Cerebral. Crédito: Arne Sell/Universidad de Arhus

El recuento final ascendería a 9.479 cerebros humanos, lo que se cree que es la mayor colección de este tipo en todo el mundo.

En 2018, el patólogo Dr. Martin Wirenfeldt Nielsen recibió una llamada. La colección de cerebros, como llegó a ser conocida, estaba en movimiento.

La falta de financiación significaba que ya no podía permanecer en Aarhus, pero la Universidad del Sur de Dinamarca, en la ciudad de Odense, se había ofrecido a hacerse cargo.

El patólogo Dr. Martin Wirenfeldt Nielsen supervisa ahora la colección de cerebros, alojada en Odense, Dinamarca. Crédito: Samantha Bresnahan/CNN.

Los baldes de plástico verde amarillento que contenían cada cerebro, conservado en formaldehído, se colocaron en nuevos baldes blancos más resistentes para el transporte, y se etiquetaron a mano con rotulador negro con un número. Y entonces los cerebros, más o menos (nadie sabe dónde está el nº 1, por ejemplo), se dirigieron a su nuevo museo en una gran sala del sótano del campus universitario.

Finalmente, los casi 10.000 baldes se colocaron en estanterías rodantes, donde permanecen hoy, a la espera, representando vidas, y una serie de trastornos psiquiátricos.

Hay unos 5.500 cerebros de pacientes dementes; 1.400 de esquizofrénicos; 400 de trastorno bipolar; 300 de pacientes fallecidos por depresión y más.

La diferencia entre esta colección y cualquier otra en el mundo, es que los cerebros recogidos durante la primera década no han sido expuestos a las terapéuticas actuales, razón que los convierte en una especie de cápsula del tiempo para las enfermedades mentales del cerebro.

En la década de 1990, el público danés se enteró de la existencia de la colección, y ello dio lugar a uno de los primeros grandes debates éticos sobre la ciencia en Dinamarca.

«Hubo un debate de ida y vuelta, y una de las posturas era que debíamos destruir la colección: enterrar los cerebros o deshacernos de ellos de cualquier otra forma ética», explica Knud Kristensen, director de SIND, la asociación nacional danesa para la salud mental, desde 2009 hasta 2021, y actual miembro del Consejo Ético de Dinamarca. «Una segunda postura asumía: ya hicimos daño una vez. Entonces lo menos que podemos hacer a esos pacientes y a sus familiares es asegurarnos de que los cerebros se utilicen en la investigación».

El Consejo de Ética fue en contra de las demandas políticas y religiosas al dictaminar que es éticamente correcto utilizar cerebros de pacientes psiquiátricos fallecidos para investigación sin obtener el consentimiento de los familiares, en las circunstancias en que estos hechos ocurrieron en un pasado distante.

Tras años de intenso debate, se llegó a un acuerdo por consenso: » En realidad se trataba de un recurso muy valioso, no solo para los científicos, sino para los enfermos psiquiátricos, porque podría resultar beneficioso para el estudio de las enfermedades mentales y su terapéutica».

En 2018, el debate ético estaba en gran parte resuelto, y Wirenfeldt Nielsen se convirtió en cuidador de la colección.


Un año después, Wirenfeldt Nielsen, cuidador de la colección, recibió un mensaje: Era posible, le preguntaban, que se encontrara en el banco de tejidos (por llamarlo de alguna forma convencional, menos agresiva a la sensibilidad del lector), un cerebro perteneciente a una mujer llamada Kirsten.

En un momento dado, Nielsen decidió centrarse en una sola palabra que le había enviado el remitente del mensaje, el nombre de un hospital psiquiátrico: Oringe.

La periodista Lise Søgaard se propuso averiguar qué había pasado con la hermana pequeña de su abuela, Kirsten, en una tarea que la llevaría a lugares que nunca imaginó, para luego compartir sus experiencias con el Dr. Sanjay Gupta de CNN en su casa a las afueras de Copenhague, en abril de 2022.

Lise Søgaard discute la información recogida sobre su tía abuela, con el Dr. Sanjay Gupta de CNN.

Mañanas continuaremos con esta triste historia, a sabiendas de que nos hará meditar sobre la existencia humana y sus desafíos.

Continuará……

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