Atrapado en mis miedos.

Sucedió en plena crisis de octubre, lo recuerdo bien. Fue un periodo agitado y convulso de vida para todos los cubanos y resulta imposible de olvidar, aunque vivas 120 años.

“La crisis de octubre”, también conocida como “Crisis de los misiles en Cuba es el nombre que recibe el conflicto entre los Estados Unidos, la Unión Soviética y Cuba en octubre de 1962, generado a raíz del descubrimiento por parte de Estados Unidos de bases de misiles nucleares soviéticos de alcance medio en territorio cubano. El mundo estuvo a un paso de la hecatombe nuclear y el miedo hizo presas de todos. En aquellos lejanos días, pensé que iba a morir sin cumplir los 9 años de vida. Así era de cruda la realidad que percibía a pesar de mi corta edad.

Unidad de lanzamiento de cohetes dislocada en un palmar cubano.

Mi querida madre, mujer sencilla que murió feliz sin entender nunca en que consiste la radiactividad y la onda expansiva del hongo nuclear, se moría del miedo y su única preocupación, les decía a todos, eran sus dos hijos, porque ella estaba curada de espanto.

En esos turbios y belicosos meses, nunca faltó en casa la vela de la Virgen de la Caridad y se rezaba el rosario a toda hora, aparte de mantener las puestas permanentemente cerradas y las rejas, a las cuales no se les quito el candado como medida inocente para no dejar penetrar la radiactividad a través de las fisuras de las puertas.

Recuerdo que fue la primera vez que escuché la palabra tímpano, una especie de membrana situada en algún lugar de la cabeza, que estallaba de inmediato junto con la primera bomba y había que proteger a cualquier costo. La solución propuesta la trasmitió la radio nacional, que, junto con otras medidas, aconsejaba hacerse de un listón de madera pequeño y redondeado que había que morder fuerte al escuchar la primera explosión. Sólo así y de ninguna otra forma, nuestros tímpanos estarían a salvo.

Escena tomada en el malecón habanero, durante la crisis de octubre.

Mi noble padre hizo las tablillas de maderas, con algunas adicionales por si hiciese falta reponerlas de emergencia. Atadas al cuello con cordones de zapatos, mantuvimos aquellas tablillas, mañana, tarde y noche durante los meses que duró la crisis de los cohetes.

Los rusos, según mi padre, -único intrépido arriesgado que salía al exterior, porque nuestra función, según sus órdenes era proteger a nuestra madre y no aparatarnos de ella-, eran hombres tan jóvenes que algunos conservaban el acné. Colorados y amistosos, salían al encuentro de cuantos se acercaban a sus bases, saludado con la mano, mientras gritaban: -camarada, camarada-, única palabra que conocían del español.

Pronto comenzaron los trueques y el leguaje no fue impedimento, sobraba con las señas para el buen entendimiento. Necesitaban tabaco, café y ron, cosa que en aquel entonces (obsérvese que hablo en pasado), teníamos de sobra los cubanos y a cambió entregaban la base con todo el contenido de sus almacenes y los cohetes si se incluía en el trueque.

Así fue como conocí el queso enlatado, delicioso, por cierto, el pan integral negro, duro como la cáscara de coco, pero fácil de ablandar con leche, la carne de cerdo y vacuna enlatada, que según mi madre era de oso, cuchillas de afeitar, camiseta y pulóveres de color verde camuflaje y mil avituallamientos militares más que pasaron mediante el trueque al uso doméstico de las familias cubanas.


Era de noche, llovía a cantaros y los relámpagos filtraban las hendeduras de las puertas e iluminaban la casa. Habían apagado la cuidad para hacerla invisible a los aviones y la radio antes de retirarse del aire, había dejado por sentado que esa noche iban a comenzar los bombardeos. Para colmo, mi padre no estaba en casa.

Rezamos una vez más, luego mamá ajusto los mosquiteros y yo que no podía dormir, me hice de una linterna de 8 pilas que guardaba bajo la cama, fruto del intercambio amistoso con los soldados soviéticos y me puse a leer, acurrucado y tapado sin que hiciese frio, mientras sudaba de miedo: Cuentos de horror y misterios, “La verdad sobre el caso del señor Valdemar”, de Edgar Allan Poe.

La lectura trascurrió reglón a reglón, con la linterna situada en la cabecera de la cama, apuntando directamente sobre el libro, que con avidez giraba en una y otra dirección hasta hacer visibles las letras.

El argumento lo recuerdo en detalles luego de transcurrido 60 años, así de inmensa fue la impresión emocional de aquella lectura:

«El protagonista anónimo tiene un interés especial sobre la hipnosis, y quiere llevar a cabo un experimento jamás realizado. Su intención es hipnotizar a un hombre a punto de morir. El elegido pare el experimento es el señor Ernest Valdemar, un hombre enfermo de tuberculosis. Cuando llegan las últimas horas de vida del señor Valdemar, y permanecía en plena agonía, el hipnotizador concentró todo su poder sobre el moribundo y este comenzó a presentar los síntomas de una persona influida por un estado de transición entre la vida y la muerte, semejante a un largo letargo o el sueño de una persona sonámbula.

Todos los presentes pudieron constatar que el señor Valdemar se encontraba en un perfecto estado hipnótico y al pasar los días, no impresionaba ser un muerto, más bien, guardaba semejanza con una persona que dormía profundamente.

Después de un tiempo decidieron preguntarle al durmiente sí se encontraba dormido, a lo que el señor Valdemar respondió con voz gutural salida de ultratumba: “No estaba muerto, estaba muriendo, ahora sí acabo de morir”, lo cual impresionó mucho a todos los presentes.

A partir de ese momento, el único signo de vida que mostraba el cadáver, era la vibración de la lengua cuando se le preguntaba algo.

En este estado “muerto-hipnotizado”, Valdemar permaneció seis meses, hasta que decidieron liberarlo de su quiescencia y le despertaron del trance. En ese momento y en presencia de varios testigos que presenciaban la escena, el cadáver se descompuso en minutos y paso a un estado avanzado de putrefacción, como corresponde al cadáver de un fallecido de muchos meses».

Nueve años de edad, en total oscuridad, bajo amenaza de bombardeo nuclear en medio de una tormentosa noche de relámpagos y truenos. Fue entonces cuando apareció mi primer fantasma y conocí el miedo.


Juro ante Dios que cuanto digo es cierto.

El fantasma estaba ahí, tras la puerta, suspendido en el aire mientras se balanceaba y trasudaba líquido de su cuerpo.

Mi primer fantasma.

Me encontraba solo en mi cuarto, un cuarto que me pertenecía desde que salí de la cuna y conocía al dedillo con todos sus objetos, y allí, tras la puerta, nunca hubo bulto o mueble alguno. Justo detrás de la puerta que daba al pasillo, apareció una silueta que bien podía corresponder al espectro de un hombre corpulento, gruñón, siempre dispuesto a maldecir y hacer daño. Así imaginaba al fantasma al interpretar su imagen en medio de la oscuridad y la fugaz luz de los relámpagos.

Y si gritaba, y si pedía auxilio a mamá, quizás el fantasma podía matarme o amordazarme para llevarme con él, antes de que el socorro llegara en mi rescate. Mejor me quedaba quieto, y contenía la respiración, bien inmóvil para que el diabólico espectro no se percatase de mi presencia, Así pasaron angustiosas horas que para mí fueron siglos, hasta que, gracias a Dios, cuando ya estaba a punto de desfallecer y morir de angustia, aparecieron las primeras luces del alba.


La casa donde nací, es de las fundacionales en mi pequeño pueblo y destacaba por el gran tamaño de las habitaciones y la altura de sus techos. Enormes puertas de madera separan los cuartos del pasillo central, y tras cada puerta, la primera familia que habitó la casa, hizo instalar unas enormes colgaderas de metal en forma de gancho, utilizadas para paraguas, sombreros y otros menesteres traídos por los que llegaban de visita o los moradores de la casa.

La habitación que yo utilizaba, para mayor angustia, era el más aislado y alejado de mis padres, y nunca se colgó objeto alguno en aquellas tendederas. Nuestra familia era joven y ninguno de sus miembros utilizaba, sombrilla, sombrero o bastón.

Esa noche, esa inolvidable e interminable noche, mi padre permaneció fuera de casa bajo el torrencial aguacero buscando víveres para almacenar y consumir durante la “guerra”. Llegó escurriendo agua, cubierto con una capa de lona verde oscuro que había intercambiado a los soldados soviéticos y la colgó entrada la madrugada y sin yo percatarme de ello, en uno de aquellos ganchos ancestrales, dando vida sin proponérselo, a la silueta de un terrible fantasma, que oscilaba movido por el viento, suspendido en el aire.


He narrado esta historia en detalles, porque identificar las fuentes de nuestros miedos y horrores nos hace fuerte y nos ayuda a superarlos.

Con nueve años conocí de golpe el horror, en la lectura imprudente, y el terror, en el fantasma que vino a visitarme. Esos recuerdos permanecen en los extraños laberintos de mi mente, laberintos que voy a detallar en próximas escrituras.

El horror continuo, suele acompañar a la locura, en la soledad de las noches, bajo lluvias torrenciales que aíslan al individuo del mundo exterior. Si no lo crees así, puedes preguntar a aquellos que pernoctan en soledad. Mañana trataré de explícame en detalles, nuestras narrativas continúan…..

#LoRealMaravilloso

#Existencialismo

#LiteraturaMágica

#HistoriaMágica

https://www.volfredo.com/


8 respuestas a “Atrapado en mis miedos.

  1. Decir que tu narración me ha hipnotizado igual que al protagonista de «El Caso Valdemar» sería quedarme corto. Hay tanto en tus letras: emoción, miedo, humanidad, sinceridad…, que el perderme entre tus letras ha sido un verdadero carrusel de emociones.

    Gracias por compartir tus recuerdos y tus vivencias. Un abrazo enorme.

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  2. Artículo capaz de transferir el Miedo, que sintió el autor a sus nueve años, amenazado por cohetes nucleares, listos para salir y también, para ser recibidos, más aún, sumergido en la terrorífica obra de Edgar Allan Poe: “la verdad sobre el caso del señor Valdemar”, dentro de una habitación, sin luz eléctrica, que se iluminaba intermitentemente, por relámpagos, seguidos de ruidoso truenos, como fondo musical. Hoy a 60 años de esa Odisea interna vivida por el autor, al leerla se siente Miedo y se puede prohibir su lectura, para menores de 16 años o leerla en espacios abiertos, en días claros y acompañados de adultos.

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  3. Gracias ,querido profesor, leo todas sus publicaciones, me gustan mucho, no imaginaba cuando lo conocí que usted tuviera ese talento, además se ser un excelente médico ,un abrazo y continúe escribiendo esas excelentes e interesantes historia.

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