Macondo, rincón natal querido.

De niño escuchaba a Benny Moré, no bailaba, era muy pequeño, pero era tal el encanto popular y apego de sus melodías, que hoy las recuerdo como el primer día, repaso el estribillo, Santa Isabel de las Lajas querido:

Lajas, tengo para ti
Este, mi cantar sentido
Siempre fuiste distinguido
Por tus actos tan sinceros
Tus hijos son caballeros
Y tus mujeres, altivas
Por eso grito: «qué viva
Mi Lajas con sus lajeros, lajeros»

Ya dispuesto al canto y el baile parrandero, me percato que yo no nací en las Lajas, por solidario que pretenda ser con el Benny, yo nací hace 68 años en Macondo, un día que las cigüeñas fueron al paro laboral, y los niños llegaron al idílico poblado, traídos en teleféricos celestiales.


Macondo, es un pueblo ficticio inexistente en el cual se desarrolla la novela “Cien años de soledad” de Gabriel García Márquez, donde no se puede distinguir entre la realidad y la irrealidad. En época de mi nacimiento, era una aldea de apenas «veinte casas de barro y cañabrava construida a la orilla de un río», en un lugar de la nada, ardiente, cenagoso, fuera del tiempo, arruinado y lleno de historias fantásticas.

Poblado de Macondo, escenario de “Cien años de Soledad”.

El único contacto que los primitivos y originarios pobladores de Macondo tenían con el exterior, lo constituían las periódicas visitas de unos gitanos capitaneados por un tal Melquíades. Todos los años, por el mes de marzo, una familia de gitanos desarrapados plantaba su carpa cerca de la aldea, y con grande alboroto de pitos y timbales daban a conocer los nuevos inventos, entre ellos el hielo y el imán.

En Macondo todo es posible: seres más que centenarios, varones nonagenarios que procrean llenos de gozo, apariciones y diálogos con espíritus, alfombra que vuelan, ascensiones en alma y cuerpo al cielo, epidemias de insomnio, guerras interminables sin sentido alguno como todas las guerras y calamidades sobrenaturales sin razón aparente.

Macondo fue construido a la orilla de Riohacha, un caudal de aguas diáfanas que se precipitan por un lecho de piedras pulidas, blancas y enormes como huevos prehistóricos. El mundo era tan reciente en aquel entonces, que muchas cosas carecían de nombre, y para mencionarlas había que señalarlas con el dedo.

Fue en el Macondo fundacional donde un gitano corpulento que hablaba sánscrito, de barba montaraz y manos de gorrión, se presentó con el nombre de Melquíades e hizo una truculenta demostración pública de lo que él mismo llamaba la octava maravilla de los sabios alquimistas de Macedonia. Fue de casa en casa arrastrando dos lingotes metálicos, y todo el mundo se espantó al ver que los calderos, las pailas, las tenazas y los anafes se caían de su sitio, y las maderas crujían por la desesperación de los clavos y los tornillos tratando de desenclavarse, y aun los objetos perdidos desde hacía mucho tiempo aparecían por donde más se les había buscado, y se arrastraban en desbandada turbulenta detrás de los fierros mágicos de Melquíades

José Arcadio Buendía, cuya desaforada imaginación iba siempre más lejos que el ingenio de la naturaleza, y aún más allá del milagro y la magia, pensó que era posible servirse de aquella invención inútil para desentrañar el oro de la tierra. Este hecho hoy se recoge en los libros de historia, como el inicio y fundación de la minería artesanal a flor de tierra en Latinoamérica.

José Arcadio Buendía no creía en aquel tiempo en la honradez de los gitanos, así que cambió su mulo y una partida de chivos por los dos lingotes imantados. Úrsula Iguarán, su mujer, que contaba con aquellos animales para ensanchar el desmedrado patrimonio doméstico, no consiguió disuadirlo. «Muy pronto ha de sobrarnos oro para empedrar la casa», replicó su marido. Durante varios meses se empeñó en demostrar el acierto de sus conjeturas. Exploró palmo a palmo la región, inclusive el fondo del río, arrastrando los dos lingotes de hierro y recitando en voz alta el conjuro de Melquíades. Lo único que logró desenterrar fue una armadura del siglo XV con todas sus partes soldadas por un cascote de óxido, cuyo interior tenía la resonancia hueca de un enorme calabazo lleno de piedras. Cuando José Arcadio Buendía y los cuatro hombres de su expedición lograron desarticular la armadura, encontraron dentro un esqueleto calcificado que llevaba colgado en el cuello un relicario de cobre con un rizo de mujer

La historia de Macondo se halla estrechamente ligada a la historia de sus dos fundadores, José Arcadio Buendía y Úrsula Iguarán, que contraen matrimonio a pesar de la existencia de leyendas que afirman que pueden tener hijos con cola de cerdo por el hecho de ser primos.


Un buen día de otoño, desperté preso por las analogías. La historia de Macondo es la de cualquier poblado ancestral del patio, y las sucesivas generaciones de los Buendía, marcados por la repetición tanto de nombres como de personalidades y errores, abriose hasta incluir apellidos de emigrantes venidos de Europa, África, medio Oriente y China, apellidos que se fusionaron con los nacidos en las selvas tropicales, y conformaron el gigantesco crisol de nuestras nacionalidades.

Hoy todos en estas latitudes, somos multiétnicos y sincréticos, católicos, agnóstico o espiritistas, en medio de una realidad que nos marca. Los nacidos en estos pantanos y arenas movedizas erizadas de selvas, estamos encerrados en la soledad de cien años que da título a la Novela, que al final del relato se presenta como irreversible y nos castiga como mal presagio del que no pudimos deshacernos a lo largo de nuestras vidas.

Para Alejo Carpentier en “El reino de este mundo” y Gabriel García Márquez en “Cien años de soledad”; lo Real Maravilloso es el fruto del realismo mágico europeo, el cual se contextualizó al arribar al Caribe de playas virginales y el continente de selvas tropicales y elevadas cordilleras andinas, para adquirir su religiosidad sincrética y el carácter multiétnico de sus pobladores. Así lograron que sus imaginarios protagonistas cargados de contradicciones existenciales, cantaran a los santos y divinidades locales en diversas lenguas, mientras deslizaban por su garganta cataratas de aguardiente intercaladas con exhalaciones de humo del mejor tabaco.

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3 respuestas a “Macondo, rincón natal querido.

  1. Me has provocado a complacer la fantasia que a menudo da su vueltita por la cabeza, y a llegar a la conclusion que todos hemos vivido en Macondo y los mas afortunados lograron emigrar a Manhattan, o a Madrid, aunque siendo de la estirpe catalana prefiero Barcelona… Un saludo y un abrazo mi querido amigo camagüeyano y el «Benny» si que fue un tío fuera de serie. Lastima que lo mato el regimen comunista.

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