Hoy traigo a nuestro blog, la historia de un “Ciudadano Ilustre de la Ciudad de Buenos Aires”, nombrado así por decreto en 1984. Un hijo de una familia de emigrantes rusos, que, huyendo de las guerras, y las miserias que estas arrastran, saltaron por varias capitales europeas, para después continuar viaje a Paraguay, y Uruguay, hasta quedar asentados de forma definitiva en suelo argentino, en el año 1932. Hago referencia a Anatole Saderman, fotógrafo ruso nacionalizado argentino, especializado en retratos fotográficos, nacido el 6 de marzo de 1904 en Moscú, Rusia y fallecido el 31 de octubre de 1993 en Buenos Aires, Argentina.

Es así que un hombre joven, cuya lengua natal era el ruso y mostraba dominio de otros idiomas europeos, se sorprende así mismo, absorto por la magia de la Cuidad de Buenos Aires, retratando sus calles y personajes, al ritmo de enérgicos tangos y bandoneones que le hacían llorar.
Anatole Saderman fue un retratista de éxitos, que aglutino en sus negativos y placas fotográficas la farándula rioplatense durante la primera mitad del siglo XX, y siguió su andar mucho más allá. Fue un artista sensible, que supo entender y trasmitir a otros, los millares de historias que las imágenes fotográficas cuentan sin enunciar palabra alguna.
Su biografía es amplísima y sus éxitos suman cientos, razón por la cual de ellos tomaremos los que nos permitan entender su teoría del arte y afianzar su quehacer creador. Estos conglomerados teóricos, recogidos por él en su “Decálogo” o mandamientos divinos para un fotógrafo, nos harán crecer a todos con su lectura, a la vez que transitamos a lo largo de la vida de un excelente fotógrafo y genial creador.
1926, Anatole Saderman llega al puerto de Montevideo y allí conoce a su primer maestro de fotografía, el también moscovita Nicolás Yarovoff, quién lo recibe en su taller de producciones fotográficas, “Foto Electra”, al que llamaron así por ser el único estudio fotográfico del país que utilizaba luz eléctrica.
En 1934 abre su estudio en Callao 1066 donde se hace de una clientela costumbrista, amañada en ritos sociales: casamientos, bautismos, comuniones y retratos, siempre según el gusto de los clientes, que solían caer en el estereotipo. Solicitaban posar, por ejemplo, con un collar de perlas entre los dientes, y pedían ser retratados exigiendo lucir agradables, respetables, en fotos tanto para el ámbito laboral, como para los parientes de Europa.
Saderman desempeña la tarea con respeto, pero a la vez abre otro camino que transgrede las funciones tradicionales de la fotografía, y le permite moverse con libertad entre sus posibilidades creativas. Al afianzarse en esta vía, se desliga progresivamente de lo comercial para afirmarse en su orientación hacia el retrato de carácter y buscar su propio estilo.
Pronto, gracias a la intervención del arquitecto Vladimiro Acosta, que le impulsa a encontrar modelos a los que pueda retratar con libertad, se acerca a un afamado y numeroso grupo de intelectuales, dando preferencia, a los artistas plásticos. Alberto Gerchunoff, Luis Falcini y Eugenio Daneri fueron los primeros privilegiados con su lente. Con ellos, Saderman se siente libre para trabajar y realizar retratos que considera satisfactorios para sus propósitos y así, en una ocasión, manifestó a los medios: “si yo ofrecía mi estudio a los pintores, era porque sabía que ellos no me exigirían el retrato bonito, sino que serían capaces de soportarse sin máscara, con su aire de entrecasa”.
En poco tiempo su estudio cobra prestigio internacional y así es como en 1936, el escritor austríaco Stephan Zweig acude para ser retratado durante su visita a Buenos Aires. De este modo, su placer por hacer retratos, se transforma en el arte que le hace merecedor de prestigio y fama.
Uno de los primeros pintores argentinos a los que fotografió fue Eugenio Daneri, quien después de recibir las tomas dijo “a este muchacho hay que darle algo por todas estas fotos”, y le regaló una naturaleza muerta. Anatole, que al parecer creía en sus presentimientos y seguía los augurios del destino, colgó la pintura en la parte más visible de su estudio, sin percatarse, al menos de inmediato, que esa acción iba a estimular el canje con otros artistas e iba a ser surgir una nueva tendencia en el arte de las imágenes, conocida como “dípticos”.
Empieza a formar así una colección de pintura argentina que pronto especializó en hacer corresponder sus fotografías con la visión que los artistas tenían de sí mismo y le mostraban mediante un autorretrato. Pronto estableció con los artistas un acuerdo de intercambio por el cual, quienes le pidieran un retrato debían retribuirle con un autorretrato. Esta condición no estaba motivada por un interés material, era el interés de Anatole por plantearles a sus retratados un desafío psicológico: quería que esos artistas plasmaran su percepción de ellos mismos, y luego disponía esos autorretratos en dípticos junto a los retratos correspondientes, obtenidos con su cámara. Gracias a este trueque formó una colección que llegó a superar el centenar de obras.


Los 50, son años de intensa actividad profesional para Saderman, tanto en su estudio como en otras actividades vinculadas con la labor fotográfica: exposiciones, acción gremial, labor docente, y jurado de prestigiosos concursos de fotografía.
En 1974 publicó el libro “Retratos y Autorretratos”, que reúne las fotos que tomó a los artistas y luego hizo corresponder con sus autorretratos formado dípticos. En los 80 expuso en Barcelona y Valencia. Fue nombrado “Miembro de Honor” del Foto Club Buenos Aires y recibió de la Fundación Konex el “Diploma al mérito” en fotografía.
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