Ana de Armas, la bailarina de la muerte.

El pasado jueves, Londres se rindió al fulgor metálico de Ana de Armas, quien desfiló por la alfombra roja del Cineworld Leicester Square envuelta en un vestido plateado de textura plumosa que parecía brillar con luz propia, como si en vez de tela llevase hilos de relámpago. Fue el estreno mundial de Ballerina, el tan esperado derivado del universo John Wick, y la actriz cubana, a sus 37 años, fue sin duda la reina de la noche. A su lado, Keanu Reeves —el monje guerrero de mirada triste— parecía apenas un centinela protector, mientras la prensa y los flashes se rendían ante la nueva protagonista del cine de acción contemporáneo.

Ana de Armas posa en la alfombra en el estreno mundial de ‘Ballerina’, un spin-off de John Wick, en Cineworld Leicester Square en Londres, Gran Bretaña, el 22 de mayo de 2025. Foto: EFE/EPA/TOLGA AKMEN.

Ballerina, cuyo estreno global está previsto para el 6 de junio de 2025, narra la historia de Eve Macarro, una joven entrenada desde la infancia por la organización criminal Ruska Roma, donde la danza clásica es solo fachada para la formación de asesinas de élite. Tras el asesinato de su familia, Eve emprende un camino de venganza trazado a balazos y piruetas, en un argumento que se inserta entre los capítulos 3 y 4 de la saga John Wick. Esta cronología entreabierta permite a la narrativa nutrirse del pasado y del futuro, sin perder la coherencia interna del universo violento y coreografiado, que ha convertido a John Wick en un ícono global.

La elección de Ana de Armas para encarnar a Eve no es fruto del azar ni del marketing superficial. Su carrera, construida con inteligencia desde su irrupción en Knives Out hasta su papel en No Time to Die, revela una actriz capaz de conjugar vulnerabilidad y furia con igual credibilidad. Aquí no se trata solo de acrobacias o peleas diseñadas con precisión quirúrgica; se trata de una mujer herida que transforma su dolor en danza letal. De Armas aporta no solo físico y presencia escénica, sino también una hondura emocional que insufla vida a un personaje que, en manos menos sutiles, habría sido una simple marioneta del género.

Ana de Armas en el estreno mundial de ‘Ballerina’, un spin-off de John Wick, en Cineworld Leicester Square en Londres, Gran Bretaña, el 22 de mayo de 2025. Foto: EFE/EPA/TOLGA AKMEN

La cinta cuenta, además, con la participación de viejos conocidos del universo Wick. Keanu Reeves, claro está, regresa con sus silencios elocuentes y su pistola con más alma que pólvora. Anjelica Huston retoma su papel como “La Directora”, mientras que Ian McShane y el tristemente fallecido Lance Reddick interpretan una vez más a Winston y Charon, respectivamente. La presencia de Reddick, en su última aparición en pantalla, confiere al filme un aura melancólica, como un réquiem entre las sombras de los hoteles de asesinos.

El reparto se amplía con la llegada de Gabriel Byrne como un misterioso “Canciller”, y figuras como Norman Reedus y Catalina Sandino Moreno, cuyas funciones aún se mantienen en secreto. Una mezcla de rostros familiares y novedades que promete enriquecer una narrativa ya de por sí intrincada y sugerente.

La dirección recae en Len Wiseman, veterano del cine fantástico, quien imprime a Ballerina una estética que conjuga el neón de la noche urbana con la fragilidad de los movimientos coreografiados. En colaboración estrecha con De Armas, Wiseman trabajó para que el estilo de combate de Eve resultara una fusión entre la gracia del ballet y la eficiencia letal de un verdugo sin piedad. No es casualidad que el guion, escrito por Shay Hatten, haya recibido aportes de Emerald Fennell —guionista de Promising Young Woman—, seleccionada personalmente por la propia De Armas, como si se tratara de un gesto de rebeldía contra los moldes prefabricados del cine de acción masculino.

La música, a cargo de Tyler Bates y Joel J. Richard, reincide en la identidad sonora de la saga, con esa mezcla de sintetizadores y cuerdas dramáticas que acompañan cada disparo como si fuese un acorde final. Aquí no hay respiros: todo es tensión, deseo de justicia, y una cadencia ininterrumpida que convierte a la violencia en arte escénico.

Fuera del celuloide, los rumores se multiplican. La aparición de Ana de Armas junto a Tom Cruise en varias ocasiones ha desatado especulaciones de todo tipo. Aunque ambos afirman que su vínculo es estrictamente profesional, el público, siempre voraz, ha leído en sus gestos más que en sus palabras. Cruise, por su parte, no ha escatimado elogios hacia Ballerina, describiéndola como una película que, literalmente, “patea traseros”.

Pero más allá del espectáculo y la alfombra roja, Ballerina representa una bifurcación significativa en el sendero narrativo de la saga John Wick. Con ella se inaugura una nueva mirada, una que gira en torno al cuerpo femenino como potencia y no como ornamento, como sujeto activo de una historia donde la muerte danza, pero también se piensa. La presencia de Ana de Armas no es un relevo menor: es la irrupción de una sensibilidad distinta en un universo que parecía condenado a repetirse.

Así, cuando se apaguen las luces el próximo 6 de junio, no veremos solo una película más de acción, sino la cristalización de un cambio que quizás ya estaba en gestación: el de un cine donde la violencia estilizada deja de ser solo testosterona coreografiada para convertirse en tragedia clásica, en duelo danzado, en arte con olor a pólvora.

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