Bob Marley fue más que música.

Era junio de 1980 y el cielo sobre Colonia parecía respirar un susurro denso, como si supiera que asistía a una despedida disfrazada de celebración. El estadio deportivo hervía de cuerpos expectantes y, sin embargo, cuando apareció la silueta solitaria de Bob Marley bajo la luz de un foco tenaz, un silencio ritual se apoderó del lugar. Aquel hombre, huesudo ya por la enfermedad, se erguía como un profeta fatigado. Con su guitarra como única aliada, comenzó a cantar Redemption Song. El humo de cientos de porros flotaba como incienso popular, y las palabras parecían no salir de su boca, sino de una grieta abierta entre la tierra y el cielo.

Un año después, el 11 de mayo de 1981, Bob Marley murió en Miami. Tenía 36 años, pero su cuerpo llevaba siglos de esclavitud encima. Si viviera, cumpliría 80 este 6 de febrero de 2025. Pero ¿acaso muere un hombre cuya voz aún murmura entre las hojas de ganja, en los grafitis de los guetos, o en los himnos que siguen alzándose contra la injusticia?

Bob Marley (1945-1981), sigue siendo el más conocido y respetado intérprete de la música reggae y es acreditado por ayudar a difundir tanto la música caribeñay de su natal Jamaica.

La UNESCO, esa vieja dama diplomática, terminó por reconocer lo que ya sabían los descalzos del mundo: el reggae, con su cadencia de resistencia y redención, fue declarado Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad. Bob Marley, como un Orfeo rastafari, sacó al reggae de los callejones ardientes de Kingston para sembrarlo en todos los continentes. Ahora, el cine también rinde homenaje con One Love (2024), un intento de capturar lo inaprensible: la vida de un hombre que fue ritmo, credo y cicatriz.

Todo comenzó mucho antes. A los 22 años, Marley encontró en la religión rastafari algo más que un abrigo espiritual: encontró raíces. El movimiento había nacido cuando Ras Tafari Makonnen —más tarde coronado como Haile Selassie I, emperador de Etiopía— subió al trono en 1930. Marcus Garvey, el gran visionario de las Antillas, lo había anticipado: “Mirad hacia África, donde un rey negro será coronado”. Los rastafaris vieron en Selassie no a un gobernante, sino a la encarnación del Cristo negro. Y si Cristo regresaba en piel de ébano, entonces la historia debía ser contada de nuevo.

El rastafarismo no es dogma, sino resistencia: amor, unión, vida sencilla, justicia, anticolonialismo. Un mensaje que en manos de Marley se volvió canción, y en canción, bálsamo y espada.


El reggae nació en el polvo de Jamaica, como germen de rebeldía. Fue hijo del mento, del ska, del soul, y de los vinilos importados por la diáspora. Pero fue Bob Marley quien, desde el corazón ardiente de Trenchtown, le insufló alma y destino. Mientras las pandillas dictaban ley en las esquinas, Marley ofrecía otra narrativa: una de paz armada con acordes, de revolución envuelta en poesía. Su voz, siempre en los márgenes del grito, convirtió a Jamaica en oráculo, y a él mismo en el primer astro internacional de un país pobre.

Sin embargo, no todo fue armonía. El reggae, en sus márgenes más oscuros, arrastró homofobia, fanatismo y exclusión. Hoy, con justicia, nuevas voces en la escena jamaicana reivindican la pluralidad queer y desafían las ortodoxias heredadas. La historia de Marley no es perfecta, pero es humana, y en esa humanidad reside su milagro.

«Get Up, Stand Up», esa canción que algunos oyen como arenga y otros como salmo, nació tras un viaje a Haití, donde la miseria era dictadura y la dictadura, costumbre. Marley entendió que cantar era un acto político, y que la música podía ser barricada sin perder ternura. No por azar esa canción es aún el himno de Amnistía Internacional.

En Exodus, el pueblo de Jah emprende su marcha desde Babilonia hacia la tierra prometida. No se trata solo de un éxodo geográfico, sino espiritual: una forma de regresar al alma africana que les fue robada por siglos. Marley no componía canciones, construía arcas.

Y en Zimbabwe, compuesta para los días en que aquel país arrojó la piel colonial y tomó su nombre auténtico, la voz de Marley se alzó como salmo de libertad. La interpretó en la ceremonia de independencia, y fue entonces más que músico: fue griot, chamán, testigo.

Hay malentendidos que se vuelven proverbiales. No Woman, No Cry, tan mal traducida como malinterpretada, no es un canto a la indiferencia, sino un consuelo maternal. “No, mujer, no llores”, suplicaba Marley desde su rincón en Trenchtown, donde la vida dolía, pero el vecindario tejía esperanzas con manos vacías. La inspiración llegó una tarde cualquiera, mientras una vecina sollozaba en el patio. Así nació esa plegaria envuelta en melodía.

La canción «No Woman, No Cry» de Bob Marley evoca recuerdos de tiempos difíciles en Trench Town, resaltando la importancia de la amistad y la resiliencia. Marley anima a no llorar, recordando que, a pesar de las pérdidas, el futuro es prometedor y todo estará bien.

Y cuando el tiempo se le acababa, cuando ya sentía que los relojes del cuerpo se deshacían como ceniza, escribió su testamento sonoro: Redemption Song. Sin batería, sin bajo, sin coros. Solo su voz y su guitarra, como el último trovador de una epopeya negra. Citó a Marcus Garvey: “Emancípense de la esclavitud mental, nadie más que nosotros puede liberar nuestras mentes”. Sabía que la verdadera libertad es interior, y que mientras exista un alma encadenada, la canción no puede callar.

Bob Marley fue más que un cantante: fue la voz de los que no tenían voz, el rostro de los que el sistema prefiere ocultar. Hoy, su figura sigue erguida, entre el incienso verde del rastafarismo y las lágrimas secas del colonialismo antillano. Fue mito, fue hombre, fue canción.

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10 respuestas a “Bob Marley fue más que música.

    1. Estimado amigo, Bob Marley, es el ícono indiscutible del reggae, un género que popularizó globalmente con su banda. Su música fusionó ritmos jamaicanos con mensajes de amor, paz y justicia social, integrando en sus letras temas espirituales y de resistencia contra la opresión, inspirados por su fe y su compromiso con la igualdad .

      Más allá de la música, Marley es en el Caribe un símbolo cultural y político. Su imagen se asocia con movimientos por la justicia y la libertad. Es un gusto desearte un feliz día. Cordial abrazo.

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  1. Die Sklaverei an Frauen und Kinder, ihre geschundenen, vergewaltigen, gefolterten Körper seit Jahrhunderten. Die Tränen von Blut ungehört, von den Tyrannen bis heute. Warum soll ein Mann mit dieser Schande als Mensch nicht niederknien? Kein einfacher Mensch kann aus Arche des Todes, die Geschändeten Toten, und die den Tod aus der Hand der Scharfrichter erwarten befreien.

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    1. Sklaverei ist die größte Strafe der Welt, obwohl es noch viele andere Strafen und Menschenrechtsverletzungen gibt. Während einige mit Würde kämpfen, treten andere schöne Werke und Taten mit Füßen. So hart ist das Leben auf unserem Planeten.

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