Carlos Acosta: danza, genio y creatividad.

Carlos Acosta es un bailarín, actor, escritor y coreógrafo cubano. En 2014, recibió de la reina Isabel II de Inglaterra la medalla de Comendador de la Excelentísima Orden del Imperio Británico (CBE).

Carlos Acosta: bailarín, actor, escritor y coreógrafo cubano.

Ha bailado con numerosas compañías, entre ellas la English National Ballet, el Ballet Nacional de Cuba, el Ballet de Houston y el American Ballet Theatre. Ha sido un miembro permanente del Royal Ballet de Londres desde 1998 y en 2003 fue promovido a principal bailarín invitado, una posición que redujo su compromiso con la compañía, permitiéndole concentrarse en una creciente agenda de apariciones internacionales como invitado y tours.

Nacido en La Habana en 1973, Carlos Acosta se formó en la Escuela Nacional de Ballet de La Habana en Cuba. Después de ganar una sucesión de premios, incluido el Prix de Lausanne en 1990, pasó a bailar profesionalmente con las compañías más prestigiosas del mundo, incluyendo el Royal Ballet de Londres, que más tarde se convirtió en su hogar. Carlos se retiró del ballet clásico en 2016 después de 28 años, luego de interpretar casi todos los papeles clásicos, desde Espartaco hasta Romeo.

Carlos ha creado muchos espectáculos que han resultado galardonados a lo largo de su carrera de ballet, incluidos “Tocororo y Carlos Acosta” y “Friends of The Royal Ballet”; además de hacer las coreografías para las producciones del Royal Ballet de “Don Quijote” y en ballet “Carmen”, además de la última producción de “Guys and Dolls” para el West End.

Ha escrito dos libros, una obra de ficción, Pig’s Foot, y su honesta y sentida autobiografía, No Way Home, llevada al cine con enorme éxito de taquilla.


De las muchas entrevistas brindada para los medios, he tomado los siguientes párrafos que describen la vida de Carlos Acosta desde su dura infancia, contada en palabras propias:

Hijo de un camionero de escasa cultura, criado en un barrio marginal de la capital llamado Los Pinos, desde muy pequeño sufrió la violencia y la división racial en su propia familia. Por parte materna estaban los blancos, que podían ir a la playa de Varadero y tenían pasaporte para emigrar. Él y su hermana Marilyn eran los negros, hijos de Pedro Acosta, un hombre de carácter rudo, descendiente de esclavos —pero orgulloso de sus orígenes—, que desde pequeño trato de inculcarles que por ser negros y pobres tenían que esforzarse y luchar el triple que los demás.

Desde su nacimiento, Carlos Acosta lo tuvo todo en contra. Con sus amigos bailaba break dance callejero y quería ser futbolista. Pero su padre, que intuyó que en aquel medio hostil la danza podía ser su salvación, le obligó a comenzar la escuela elemental de ballet a los nueve años: «Aquello era tremendo. Tenía que levantarme a las cinco de la madrugada y coger yo solito dos guaguas para ir a clase, y en el barrio solía andar enredado en peleas porque mis amigos me llamaban maricón. Lo normal es que en aquel ambiente machista en que vivíamos mi padre se hubiera opuesto al ballet porque eso era cosa de homosexuales. Pero no. Él me empujó a hacerme bailarín».

Tras ser expulsado del colegio por sus continuas faltas e indisciplinas, después de que su padre le diera una paliza bestial cuando se enteró, fue enviado interno a una escuela de artes en la provincia de Pinar del Río. Allí se sintió abandonado. Pero su refugio ante la soledad y la frustración fue el trabajo duro: «Cada miércoles había visita familiar, venían todos los padres a ver a sus hijos y les traían comida y compartían ese rato, pero a mí no venía a verme nadie», recuerda durante una conversación en La Habana. Toda su rabia y su dolor los volcó en su arte. «La danza era mi salvación y esa salvación nadie me la iba a quitar».

Dice Carlos Acosta que uno viene a este mundo con el don, pero la fuerza y todo lo demás viene del dolor. «Sí, el dolor: dolor del alma y dolores físicos, porque el ballet es dolor físico para amoldar el cuerpo a que haga tu deseo. Es una paradoja, porque del dolor sale el genio. El castillo no te enseña nada, pero el desierto sí, y a mí me tocó el desierto. Yo no le deseo a nadie ese sufrimiento, esa sensación de soledad, pero es que ese sufrimiento al mismo tiempo es lo que me dio la rabia y la pasión».

Con 16 años, ganó la medalla de oro en el Grand Prix de Lausanne y aquel niño pobre de Los Pinos empezó a romper moldes. En un mundo donde los príncipes y los Romeos eran blancos, donde todo era elitismo y el color de la piel sí importaba, él fue el primero en imponerse y demostrar que la danza era cuestión de capacidades, no de razas, abriendo el camino a otros bailarines negros.

«Nadie puede imaginarse lo que se siente cuando tú estás parado en un salón de ensayo y hay 80 bailarines blancos y solo dos negros, y viene alguien y te mira así, de arriba abajo, y sigue caminando. Es muy intimidante… Esa mirada puede decir millones de cosas, o nada, tú no sabes, pero como ya estás predispuesto piensas de todo, y te dices, coño, esto va a ser muy duro, esto me va a costar mucho más que a los demás».

Lo contrataron a los 18 años como primer bailarín del English National Ballet. Pasó después una breve etapa en el Ballet Nacional de Cuba, donde se sintió menospreciado y se marchó. «Yo ya era primer bailarín, había bailado con grandes figuras, y al venir para acá me pusieron como tres categorías por debajo».

En 1998, Anthony Dowell lo llamó para entrar como primer bailarín del Royal Ballet de Londres. Allí desarrolló una carrera deslumbrante, convirtiéndose también en coreógrafo.


En 2006, «como una terapia y para aprender a perdonar», escribió No Way Home, donde relata los avatares de su impresionante carrera. El libro, un éxito de ventas, sirvió de inspiración al cineasta Paul Laverty para elaborar el guion de “Yuli”; largometraje que bajo la dirección de Iciar Bollain se filmó en La Habana, Londres y Madrid, y en la que Carlos se interpreta a sí mismo: «Revivir mi pasado, actuarlo, bailarlo durante el rodaje ha sido una experiencia intensa y dolorosa».

“Yuli” es una película autobiográfica sobre la vida del bailarín cubano Carlos Acosta. Dirección: Icíar Bollaín. Guion: Paul Laverty. Protagonistas: Carlos Acosta, Santiago Alfonso, Keyvin Martínez y Edison Manuel Olvera. País: Alemania, Reino Unido, Cuba, España1. Año: 2018.

La película sigue la vida de Carlos Acosta (cuyo apodo de la infancia era Yuli), desde su dura infancia hasta su madurez, convirtiéndose en el primer bailarín negro que interpretó algunos de los papeles más famosos del ballet, originalmente escritos para blancos, en compañías como el Houston Ballet o Royal Ballet de Londres.

La película fue descrita como una propuesta maravillosa que todos deberían ver, cargada de emoción y sensibilidad. Fue elogiada por su representación de la realidad cubana y social de la época y la narrativa de ‘de la pobreza a la riqueza’, mostrando la vida de Carlos Acosta desde las calles hasta los escenarios más famosos del mundo.

A día de hoy, Carlos Acosta es un triunfador y vive con su esposa y sus tres hijas en una hermosa casa de Siboney y allí guarda en un viejo cajón cientos de fotografías de su vida: está su primera actuación en el Bolshói, en 1994, cuando interpretó El corsario —«era la primera vez que allí habían visto bailar a un negro»—; en el Royal Albert Hall, con el príncipe Carlos, después de haber bailado Don Quijote con Tamara Rojo; en una foto amarillenta, a los 17 años, preparándose en La Habana con su profesora Ramona de Saa para un concurso de París… «Ella fue la que me dio la oportunidad de medirme con los más grandes».

Uno habla con Carlos Acosta y se da cuenta de que más allá de sus éxitos sigue siendo ese niño rebelde y sensible que jugaba en las calles de Los Pinos. No ha olvidado su raíz y las enseñanzas de su padre. El desierto, no los castillos, fue lo que le dio la pasión y es por eso que hoy está aquí y sigue adelante.

Nuestra historia continua, hay mucho que contar en nuestra nueva incursión en la danza contemporánea.

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13 respuestas a “Carlos Acosta: danza, genio y creatividad.

  1. Mi querido Volfre no pierdes el toque, abordas cada entrada con una objetividad que «engancha» inmediatamente, una vez que una comienza la lectura en tu blog es hasta el fin.

    Carlos Acosta orgullo de Cuba y del mundo, de un mundo globalizado donde ha sabido imponerse con talento, perseverancia y resiliencia.

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